En su estupendo ensayo Pornografìa: Obsesión sexual y tecnología, el escritor y ensayista Naief Yehya dedica un capìtulo completo a hablar sobre cómo el feminismo pasó de ser antipornográfico para posteriormente convertirse en feminismo anticensura.

Todo empezó principalmente en la década de los setenta, cuando las feministas anti porno más virulentas usaron la supuesta historia de explotación de Linda Lovelace (aquella chica que con Garganta Profunda iniciara toda una revolución sexual en el porno) como su estandarte anti-pornografìa. Se trataba de demostrar que el porno era una herramienta más del heteropatriarcado para sobajar a la mujer. Al final, Lovelace declaró que se sintió tan usada por las feministas como por aquellos pornógrafos que la filmaron en 1972 haciendo gala de sus habilidades orales.

Décadas tuvieron que pasar para que surgieran nuevas voces feministas que hicieran una revaloración del porno, ya sea como herramienta liberadora de una sexualidad históricamente reprimida en el caso de la mujer, hasta -¡quién lo habría imaginado!- una forma de empoderamiento.

La historia viene a cuento porque, hace dos años, estrenó en Netflix un documental que causó cierta polémica. Hot Girls Wanted, dirigido por Jill Bauer y Ronna Gradus (quienes en su haber ya tenían al menos un documental previo con la misma temática) donde se muestra la era moderna de la pornografía -el acceso a internet a full, los teléfonos celulares, las webcams- y se escandalizaba por lo que consideraba una nueva forma de esclavitud: todas estas jovencitas que llegan a la meca del porno (Los Ángeles) en busca de una oportunidad en la industria.

Lo que más llamaba la atención a este par de documentalistas es el hecho de cómo ciertas prácticas “degradaban” a la mujer. Actos como el gagging, el puke porn y demás prácticas de sexo extremo hacían arquear la ceja de estos realizadores, reforzando la idea del porno como una caja de perversiones de donde tenemos que ahuyentar a la juventud indefensa.

Más regañón que revelador, Hot Girls Wanted se insertaba en estos documentales de escándalo donde los directores fijan la agenda y las conclusiones, dejando al público paralizado y sin espacio a la reflexión. Feminsmo anti-porno en la era del streaming.

Pero lo que históricamente le llevó varias décadas al feminismo, a Netflix sólo le tomó dos años. Recientemente se acaba de estrenar en esa plataforma una especie de spin-off de aquel documental, llamado Hot Girls Wanted: Turned On. Serie documental de seis capítulos (con casi una hora de duración cada uno) que sorpresivamente resultan en el discurso contrario a Hot Girls Wanted. Esta nueva serie de cortos documentales pareciera finalmente haber aceptado al porno como una forma de empoderamiento femenino, además de venir a descubrir el porno hecho por mujeres y para mujeres, que dista bastante del que usualmente se encuentra en la red.

El primer episodio, Women on Top (probablemente el mejor de toda la serie), muestra la historia y el trabajo de Holly Randall, fotógrafa y pornógrafa profesional, hija de Suze Randall, otrora modelo de Playboy que posteriormente se convirtió en la primera fotógrafa mujer en trabajar para la revista.

Suze Randall fue la “culpable” de las fotos súper estilizadas y glamorosas de la Playboy de los años ochenta, siendo la primera fotógrafa con el poder suficiente de parar una sesión, o de plano negarse a hacerla, si no se cumplían con todas sus exigencias de escenario, vestuario y maquillaje. Las mujeres de Suze distaban mucho de la mujer “explotada” que proclamaban las feministas de la época. Eran mujeres en control de la situación, en escenarios exóticos, y donde los hombres no existían.

Su hija, Holly Randall, sigue los mismos pasos de su madre. No sólo hace fotografía erótica y pornográfica sino que también dirige cine porno. En ambos casos la regla es que las mujeres a cuadro, frente a la lente, no hagan nada que no las haga sentir poderosas.

El otro caso que se exhibe en este capítulo es el de Erika Lust, directora que hace cine porno de mujeres para mujeres. Cansada del porno tradicional, usualmente dirigido al gusto de los hombres, ella y su crew (de puras féminas) dirigen cintas cuyas historias son escritas por las propias fans de sus películas, que no son sino las fantasías sexuales de las mujeres que gustan de estos videos.

Una de ellas, pianista profesional, le pide a Lust que haga un video donde una pianista es complacida sexualmente mientras toca el piano y la audiencia a su vez se entrega en una suerte de orgía multitudinaria al tiempo que la escucha tocar. Todo un reto para la producción de Lust, pero que con gusto lo filmará, ya que su empresa es de las más exitosas en este mundo moderno donde cada vez hay más porno pero cada vez hay menos gente dispuesta a pagar por él.

En otro notable capítulo de Hot Girls Wanted: Turned On, se narra la historia de Bailey Rayne, una pornstar que ronda los 20 años y que decidió volverse modelo de webcam. Todos los días dedica horas frente a la cámara, recolectando propinas virtuales (con ganancias reales) de todos aquellos hombres (y mujeres) que se conectan para verla a cuadro y pedirle por chat que haga tal o cual cosa, que se quite tal o cual prenda.

Orgullosa de sí misma, de su empresa y de su cuerpo, Rayne se declara una feminista dentro de la industria. Junto con un socio, Rayne tiene una agencia de modelos que recluta chicas interesadas en hacer porno para contactarlas con las productoras. Ella es clara con las chicas: “Nunca hagan nada que no las haga sentir cómodas, fuertes y poderosas”. Así, siempre respetando los deseos de estas jóvenes, Rayne las lleva con diferentes productores, cuida sus intereses, las aconseja sobre cómo abrir cuentas de banco, pagar menos impuestos, etc.

La cosa no es tan dulce como parece. Una de sus protegidas, llegada de una familia en quiebra (como casi todas las chicas que entran al porno), de cara angelical y curvas pronunciadas, poco a poco se va perdiendo en las drogas, infierno del que Rayne no logra apartarla.

Los episodios menos afortunados son, curiosamente, los dirigidos por la pareja responsable del Hot Girls Wanted original. Filmados cual reality show, estos narran la historia de un tipo, ex celebridad de Big Brother, cuya vida va de ligarse chicas en Tinder. El otro, sobre una web cam girl, casada, que decide ir a visitar a uno de sus mejores clientes que vive en Australia, con quien lleva por años esta fantasía de “ser pareja” en la webcam.

Irregular como casi todo ejercicio colectivo, Hot Girls Wanted: Turned On, es en todo caso un buen ejemplo de cómo el feminismo cambia de opinión respecto a la pornografía: de la condena escandalosa pasa a la aceptación de una actividad que también puede ser tomada por asalto por las mujeres, transformándola así en un ejercicio de empoderamiento y seducción.

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