Amigo de Capra, Ford, Grant; biógrafo de Orson Welles; contemporáneo de Coppola, Scorsese, Lucas, Cimino, De Palma… Luego de casi siete años de ausencia y con 76 años de edad, el mítico cineasta, actor, director, crítico de cine, conferencista, blogger e historiador cinematográfico, Peter Bogdanovich, regresa con una divertida, hilarante y cálida comedia inmersa completamente en el homenaje a uno de los grandes del cine norteamericano.

En un primer vistazo, She’s funny that way ( ‘Enredos en Broadway’, por su nombre en español) podría confundirse con una cinta homenaje al cine de Woody Allen (ciertos vasos comunicantes con Bullets over Broadway, 1994), pero en realidad Bogdanovich, fiel a sus históricas obsesiones (o al revés) va más atrás. Estamos pues ante un homenaje nada sutil al cine de Lubitsch, donde su proverbial uso de los espacios (la llamada comedia de puertas), la edición dinámica, los diálogos y el control absoluto están presentes en una alocada comedia de enredos; todo un ejercicio de estilo cinematográfico y, cómo negarlo, de nostalgia.

Producida por otros dos adoradores del cine de Lubitsch (o qué si no es Grand Budapest Hotel), Wes Anderson y Noah Baumbach, la película narra la historia de Arnold (Owen Wilson), un voluble director de teatro, casado y con hijos, que no obstante tiene una particular debilidad por las call girls. Previo al inicio de los ensayos para una obra, pide los servicios de una chica llamada Izzy (simpática y adorable Imogen Poots) de quien termina tan fascinado que le ofrece una fuerte suma de dinero a cambio de que con ello deje aquel oficio y persiga su sueño de ser actriz.

La cosa se complica cuando, por azares del siempre retorcido pero conveniente destino, Izzy termina haciendo audiencia, sin saber, en una obra dirigida por el propio Arnold, donde además la esposa de éste es parte del elenco. Izzy hace una extraordinaria lectura de escena, por lo que Arnold no puede deshacerse de ella.

Por supuesto, las cosas se enredan mucho más cuando, la terapeuta de Izzy, su novio, el padre de su novio, el amigo del padre de su novio, el protagonista de la obra, un juez obsesionado, los padres de Izzy y algunos personajes más, entren en escena en un enredo que involucra tópicos como la fidelidad, la obsesión y la lucha de sexos.

Como es de esperarse, la casualidad será el detonante del humor y los encuentros amorosos; con diálogos sumamente cuidados, un ritmo perfecto, cortes de edición dinámicos donde los actores se mueven con cierto vértigo entre las puertas que constantemente se abren o cierran y en general una esencia que es, irremediablemente, poco plausible.

Sobre esto último, Bogdanovich se cura en salud iniciando con una epígrafe que advierte a los cínicos: “Somos fieles creyentes del viejo dicho que afirma: los hechos jamás deben obstruir el camino para una buena historia”.

Cual maquinaria de reloj, es sorprendente el control de Bogdanovich sobre la totalidad de su reparto, desde un Owen Wilson perfecto en su papel, Jennifer Aniston magnífica como la furibunda terapeuta, el extraordinario e hilarante Austin Pendleton como el obseso juez Pendergast, y por supuesto, el arma secreta, la inglesa Imogen Poots quien con toneladas de carisma se roba el show en cada toma. Todo esto sin mencionar el magnífico cameo del final: uno de los pocos cineastas en activo que ha reconocido la valía de la carrera de Bogdanovich y cuya presencia en esta cinta no hace sino hacer aún más patente la obsesión de este director por el cine.

Ese control absoluto aunque sutil de todos los elementos da pie a momentos francamente grandiosos de cine y comedia puros: aquel encuentro en el restaurante o aquella escena rumbo al final donde prácticamente toda la troupe de actores converge en un mismo escenario. ¿Exagerado?, ¿imposible?, ¡qué importa!, cuando estamos frente a tal despliegue de habilidades cinematográficas, buenas actuaciones y risas francas, la verosimilitud estorba. Es así como se dirige una buena comedia.

“La mayoría de la gente que va al cine no ha visto nada anterior a Star Wars”, rezaba una popular cita de Bogdanovich. Justo en el año del renacimiento de la saga de George Lucas, la frase adquiere un tamiz cruel: en Estados Unidos, She’s funny that way no llegó al cine, pasando directo al VOD. Al parecer ya no hay espacio para una buena screwball comedy, excepto tal vez, en la nostalgia.

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