Ayer se celebró el Día de las Naciones Unidas, organismo que fomenta la cultura del diálogo para evitar la violencia. Es a partir del intercambio de ideas que se han tomado los acuerdos internacionales más importantes, por lo que el poder de la buena expresión no se pone en tela de juicio.

Sin embargo, en la sociedad impera la dificultad para hablar en público, y es así como existen campañas, cursos y talleres de expresión oral que intentan subsanar la situación. Todo ello es bueno, pero la mejor apuesta reside en el largo plazo: en la educación de nuestros niños. Como cualquier hábito, si todos hubiésemos adquirido la costumbre de expresarnos de manera correcta desde la infancia, tendríamos muchos menos problemas en hacerlo de adultos.

La Escuela Primaria está llena de oportunidades para desarrollar la expresión oral, con medidas que no requieren de una gigantesca planeación, sino de su incorporación persistente, paciente y sistemática en la rutina pedagógica.

La primera es convencer a nuestros alumnos de que hablar en público no es malo, y que no hay razón para sentir temores. Hablar de manera positiva de la expresión oral es fundamental, porque el principal obstáculo para atrevernos a hablar en público es el miedo. Además, de acuerdo a las teorías del modelado, el nivel de emoción que reflejemos los docentes en cualquier actividad, influye de manera directa en la motivación que sentirán los alumnos al desempeñarla. Por ello, mostremos emoción cada vez que ellos van a comunicarse frente a un público, y ellos estarán más emocionados también.

Desde luego que el convencimiento ideológico debe estar acompañado de acciones concretas.

Podemos partir por pedirles a nuestros alumnos que expongan oralmente todo lo que ellos produzcan.

El enfoque de varias asignaturas señala que los alumnos deben realizar proyectos con un producto final, como folletos, carteles o revistas, y que dicho producto debe ser comunicado, pero en ocasiones este último paso se olvida. Muy por el contrario, debemos motivar a los alumnos para que expongan sus creaciones, y que lo hagan frente a diversos diversos públicos: en su mismo grupo de clases, en otros salones, y para toda la escuela, durante las ceremonias cívicas. Afortunadamente, la escuela regular cuenta con los espacios para que los niños experimenten la emoción de enfrentarse a distintos escenarios.

Sin embargo, es importante que los ejercicios de expresión oral estén acompañados de tres condiciones: el otorgamiento de criterios previos, de una retroalimentación, y de la apertura a la crítica.

Los criterios previos se refieren a comentarles las características de un buen orador: volumen de voz fuerte, contacto visual con el público, uso de ademanes para ilustrar mejor las ideas, y la omisión de muletillas y tics corporales, para no reflejar nervios. Dichas pautas son muy fáciles de comunicar: se anotan en el pizarrón antes de las participaciones, y se van puliendo poco a poco.

La retroalimentación consiste en comentarle al alumno qué hizo bien y qué debe mejorar, una vez que ya ha participado. Aquí es bueno involucrar a todo el grupo, porque al implicarse activamente en la evaluación de sus compañeros, los alumnos reflexionan cómo lo deben hacer ellos mismos, y se comprometen más con desempeñarse mejor.

La tercera condición es fundamental: fomentar una apertura a la crítica. Si dejamos que los alumnos se retroalimenten, aprenderán algo en lo que muchas veces fallamos: a escuchar. Además, se forjarán una mente abierta, dispuesta a tomar la crítica como una oportunidad para mejorar, y no como un ataque personal, que reduzca su autoestima. No temamos a que los alumnos emitan comentarios “incómodos” al inicio: la acción del maestro puede enseñarles a que comuniquen sus puntos de vista con respeto, lo cual también es un aprendizaje de la más alta valía.

Lo maravilloso, además, es que si incorporamos todas estas medidas, estaremos apegándonos de manera directa al Enfoque Formativo de la Evaluación, a los Fines de la Educación, y a los Principios Pedagógicos del Modelo Educativo vigente. Todo, con actividades muy sencillas, a las que sólo les falta ser incorporadas en nuestro actuar docente.

Ciertamente, una cultura de diálogo no resuelve todos los problemas en términos de violencia: volviendo al ejemplo de la ONU, su trayectoria de 73 años atestigua que no ha podido evitar múltiples conflictos y guerras entre naciones. Pero la comunicación efectiva sí reduce y previene que esas catástrofes se intensifiquen. Lo mismo sucede en nuestra vida personal: una cultura de diálogo reduce nuestros problemas con los otros, al construir hábitos de entendimiento y escucha. Si queremos tener adultos críticos, reflexivos y respetuosos mañana, formemos niños con dichas características hoy.

Cada clase es una oportunidad. Cada día de escuela, una esperanza para forjar mejores mañanas. Como lo escribió la autora Shirley Hazzard, “Para que las Naciones Unidas llegaran a existir, fue necesario que un grupo grande de personas tuviera fe en la capacidad humana para el bien y creyera que sus esperanzas podían justificarse”. Eso mismo se requiere en esta empresa.

sofiglarios@hotmail.com

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