Aunque a muchos les parezca extraña esta afirmación, somos más avanzados en algunas cosas que varios países europeos. Fuimos más laicos que la Francia que nos enseñó a serlo (digo “fuimos” porque hay gobernantes que se empeñan en contradecir a la Constitución y participar públicamente en actos religiosos) y ahora estamos más avanzados que esa misma Francia democrática, pues sin necesidad de la violencia de los chalecos amarillos y por medio de una elección ordenada, tenemos un gobierno con la voluntad de desmontar el capitalismo abusivo y depredador, para en su lugar dar paso a un régimen en el cual los pobres puedan salir de esa condición y se cierre la enorme brecha de la desigualdad.

Las protestas en Francia son de grupos sociales ahora venidos a menos después de tantas promesas fallidas. Pero no se debe olvidar que hace muy poco tiempo los franceses eligieron a quien les ofreció seguir con las políticas neoliberales y su círculo vicioso de recortes presupuestales, ajustes económicos y aumento de precios e impuestos. Ni se debe olvidar que cuando triunfaron, no escucharon a quienes no habían votado por esa opción.

Nosotros, que hemos subsanado los resultados nefastos de ese modelo económico con la delincuencia y las remesas, votamos por caminar exactamente en sentido contrario, pero tampoco estamos escuchando a quienes tienen otra cosa que decir.

Porque las sociedades son complejas y heterogéneas, verdad de perogrullo. Y el partido que ganó la presidencia de la República y la mayoría en el Congreso no está escuchando a la oposición. Y paradójicamente, eso le está haciendo mucho daño al nuevo gobierno. Su actuación, que pretende conseguir que éste tenga el camino legal para poder llevar a cabo sus acciones, puede sin embargo conseguir exactamente lo contrario.

Y la razón de esto es simple: cuando no hay espacio para la crítica en la sociedad y para la oposición parlamentaria, éstas se llevan a cabo en otra parte.

Los legisladores de Morena parecen olvidar que si bien ganaron con la mitad de los votos, aún queda una mitad que no votó por ellos. Y eso sólo para hablar de quienes sufragaron, pues hay millones de ciudadanos que no lo hicieron.Y parecen olvidar que quienes no votaron por ellos, también tienen derecho a manifestarse y deben ser escuchados.

Pero eso no se está haciendo, más bien al contrario, se les cierran las puertas, se les descalifica e insulta, incluso se promueve su linchamiento. Eso se ha venido haciendo contra legisladores, gobernantes estatales de partidos diferentes, empresarios, académicos, medios de comunicación y magistrados.

Pero insisto: si la oposición no se puede expresar y si lo único que existe es el avasallamiento, una buena parte de la ciudadanía no se siente y no está representada. López Obrador y su movimiento ya padecieron esto en carne propia y, sin embargo, una vez que han triunfado, están repitiendo el error.

Esa ciudadanía, como en su momento lo hicieron los propios morenistas, buscará hacerse oír por otros medios, que pueden ser desde salir a las calles hasta cerrar empresas; desde sacar dinero del país hasta manipular el tipo de cambio; desde apoyar a grupos que se levanten contra el gobierno hasta asustar a los inversionistas extranjeros. Y cualquiera de estas acciones le hará mucho más daño al país que si se diera oportunidad de expresarse a la crítica y la oposición.

Por supuesto esto es difícil de vislumbrar para quienes en este momento viven con arrogancia su triunfo y están muy seguros de tener gran apoyo social. Pero la historia ya ha demostrado lo frágil que es este apoyo, lo muy rápidamente que se puede desvanecer cuando no se cumplen las expectativas. Y ellas por cierto, siempre son más grandes que las posibilidades reales de cumplirlas, siempre. Por eso convendría bajarle a esa actitud y no despreciar a la oposición ni crispar tanto los ánimos.

Escritora e investigadora en la UNAM
sarasef@prodigy.net.mx
www.sarasefchovich.com

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