Un comentario frecuente entre analistas es que el actual gobierno está destruyendo las instituciones que tomó mucho tiempo crear, en las cuales se apoyaban la economía y los gobiernos de las últimas tres décadas, desde los 1990.

Sin embargo, muchos de esos mismos analistas habían comentado, sobre todo en los últimos años del sexenio anterior, que el grado de corrupción en el gobierno era nunca visto. También comentaban la descomposición política en el gobierno, los gobiernos estatales y otras instituciones. Ahora bien, comentar no significa diagnosticar. Las críticas a la gestión de Peña Nieto se quedaban en eso, sin intentar un análisis más profundo ni relacionarla con posible corrupción en sexenios anteriores.

Si la corrupción sólo estaba aumentando de grado, el diagnóstico sería que el sistema político estaba afectado por ella en uno u otro nivel. Como fue un sistema que duró demasiados años sin autocorregirse, le ocurrió lo que siempre ocurre a sistemas sobre extendidos en el tiempo: una implosión.

Es lógico que una descomposición económica y política como en el último sexenio no nació en ese mismo sexenio, sino que era evolutiva, dados los mismos actores políticos y la aparición de nuevas leyes y reglamentos en una simple progresión lineal.

El error de no verlo como el agotamiento e implosión sistémico, lleva al error de no ver que muchas de las reglas y organismos encargados de aplicarlas representaron falsas salidas y en muchos casos meras simulaciones o cuando menos distracciones de los problemas centrales.

Como muestra, la respuesta del Inai en 2017, institución autónoma encargada de garantizar el acceso a la información y la transparencia, al reservar toda la información sobre la empresa Odebrecht y su filial Braskem en México, siendo el único país, aparte de Venezuela, donde no habrá acceso a ese expediente.

Otro ejemplo, cuando se publicó por un periódico extranjero que un secretario de Estado adquirió una casa a uno de los grandes contratistas del gobierno, la respuesta sistémica no fue la separación del funcionario, sino una nueva reforma. La creación del sistema anticorrupción ha entretenido a la mayoría de actores políticos y organismos ciudadanos por lo menos durante tres años.

Estos ejemplos son típicos del agotamiento de todo un sistema y no sólo del desgaste de un sexenio.

En cambios pacíficos de régimen no hay manera de impedir que algunos de los mayores excesos de estos sistemas queden expuestos. Pero interpretar esto como destrucción de instituciones es subjetivo. Bajo otro ángulo, podría también cuestionarse por qué no se han ventilado muchos otros casos de descomposición. Quizás es porque el cambio con rumbo debe evitar cacerías de brujas, pues en ese caso peligraría la estabilidad. Otros comentarios son que se está abandonando la única estrategia económica posible, porque es la que siguen todos los países del mundo.

Esta es otra interpretación subjetiva y, por cierto, equivocada. El mundo sigue estrategias muy diferentes unas de otras. La de China es mercantilismo con apropiación de tecnología extranjera. Alemania reprime el consumo agregado para tener superávit exportable. La zona euro sigue una estrategia de política monetaria inviable que resulta en bajo crecimiento, con crisis presupuestales permanentes. Estados Unidos sigue un capitalismo moderno con proteccionismo defensivo y grados altos de desigualdad, pero es la única economía grande que está creciendo. No hay estrategia única.


Analista económico. rograo@gmail.com

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