La relación de México con Estados Unidos ha sido históricamente compleja, con eventos difíciles que han puesto en juego la capacidad diplomática y en riesgo nuestro territorio, con conocidas consecuencias. Pese a todo, la peor parte la ha llevado nuestro país, como parte del precio que la vecindad nos cobra, con más de 3 mil kilómetros de frontera compartida, ser el tercer socio comercial de nuestro vecino del norte y el intenso intercambio de mercancías y personas que diariamente ocurre.

La evolución de la relación bilateral ha estado marcada por las importantes asimetrías sociales, económicas y políticas. Del lado de Estados Unidos, los flujos migratorios han encontrado un horizonte de oportunidades que les ha permitido alcanzar una mejora en sus condiciones de vida de sus familias y, de manera importante, se han convertido en cimiento de la economía del país con los millones de dólares que por concepto de remesas envían cada año.

Resulta clara también la enorme fuerza laboral y cultural que la comunidad mexicana migrante representa para la sociedad estadounidense.

En el caso de México, los gobiernos vieron en la migración de millones de compatriotas una alternativa para desatenderse de las necesidades de empleo que aquí no se generaban, impulsando incluso programas de migración legal temporal, pero desatendiéndose de su obligación de generar fuentes de trabajo suficientes y de impulso al campo mexicano.

Las consecuencias fueron dejar a su suerte a los millones de mexicanos que cruzaron la frontera norte, permitir el abuso a los derechos de los migrantes, su criminalización, acoso policíaco y discriminación del otro lado de la frontera.

Tenemos que decirlo abiertamente: los gobiernos mexicanos se han caracterizado por una permanente actitud complaciente hacia los gobiernos norteamericanos y sus acciones en perjuicio de los migrantes mexicanos.

Reconocemos la única respuesta congruente que ha habido en el actual gobierno federal, la del canciller Marcelo Ebrard, frente a las acostumbradas amenazas del poder de uno de los gobiernos más fuertes del mundo, amagando con cerrar la frontera si México no hace algo por detener a los migrantes que cruzan por territorio nacional con dirección a los Estados Unidos. Pero no ha sido suficiente.

Frente a las constantes amenazas y ataques públicos de Donal Trump en contra de los migrantes, la respuesta ha sido el silencio del gobierno actual. México y sus migrantes se han convertido en el tema que mayores beneficios le genera a los candidatos presidenciales de Estados Unidos en tiempos electorales, particularmente a su actual presidente.

Frente a la escalada de ataques en contra de nuestro país y sus ciudadanos, el gobierno federal debería asumir un papel más activo en la defensa de los millones de mexicanos que residen en Estados Unidos y con los que tenemos una deuda histórica por sus aportes a la economía de ambos países.

Construir un muro o cerrar la frontera tendría costos muy altos para ambos países. Es tiempo de que el gobierno cambie el silencio por el ejercicio de una activa diplomacia que antaño la caracterizó por su papel protagónico en favor de las mejores causas de la humanidad.

La agenda bilateral que tenemos que construir con nuestro vecino del norte, debe cimentarse en el respeto, trato igualitario entre naciones soberanas y con rasgos de buena vecindad. La comunidad mexicana migrante merece el esfuerzo.

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