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Uno a uno, nueve médicos y enfermeras del Hospital Central Militar se quitan el uniforme militar de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) para vestir la ropa quirúrgica azul esterilizada. Se lavan las manos hasta los codos e ingresan al quirófano tres. Preparan a Martín, el bebé al que se le cambia su nombre. El anestesiólogo alista la solución, una enfermera lo canaliza, otra envuelve sus piernas con vendas y la instrumentista acomoda perfectamente sobre una mesa las herramientas quirúrgicas.

Todo está listo, inicia el procedimiento. Paciente de tres meses y medio de edad, pesa seis kilogramos, tipo de sangre “O+”. Anestesia general está balanceada, el punto gaseoso en cánula cuatro sin globos. El diagnóstico: ureter ectópico (malformación congénita del ureter). Mario Navarrete, repite: nefroctomía (extirpación de riñón).

“El paciente que tenemos programado es un niño de tres meses y medio de edad que por una anomalía de implantación del uréter en la vejiga favorece el reflujo y perdió el riñón, no le funciona, vamos a hacer una nefrectomía para que no dañe el otro”, describe el general brigadier Navarrete Arellano.

En el quirófano los recibe el robot del sistema quirúrgico Da Vinci. Un enfermero acompaña a la mamá y abuela, junto a la camilla donde el bebé descansa, parece dormido. “Confiamos en que va a salir bien, era necesaria la operación porque a cada rato se enfermaba, tenía infecciones y veníamos seguido al hospital. Mi esposo no pudo venir porque es soldado y está de comisión, pero aquí nos dan todo, por fuera hubiera sido imposible para nosotros”, explica la madre.

El porcentaje de éxito en pacientes pediátricos en el Hospital Central Militar es de 100%. Adentro del quirófano hay mucho movimiento, algunas personas revisan las pantallas de los aparatos conectados al bebé, el pulso, la respiración y signos vitales. Frotan con algodón yodo en el abdomen y tórax, el anestesiólogo revisa los niveles. En una laptop aparece la imagen de una radiografía en la que se observa que el uréter, tubo de 2 o 3 milímetros por donde baja la orina del riñón a la vejiga, está muy dilatado, la orina regresa al riñón y provoca las infecciones. Si no lo retiran pone en riesgo la vida.

Mueven las lámparas del techo, jalan el robot y se dilata el abdomen del bebé con gas para abrir espacio suficiente para poder accesar y separar los tejidos. “Este es el paciente más pequeño que hasta hoy hemos operado, pero se puede intervenir a recién nacidos, en el momento en que los tengamos lo vamos a poder hacer”, relata el médico.

“Después de que se anestesia el paciente se colocan ‘los trócares’ (tubos) y a través de ellos se introducen los instrumentos a la cavidad del tórax o el abdomen, se distiende con gas, se utiliza bióxido de carbono a una determinada velocidad de flujo y determinada presión, todo controlado, y después de que se adaptan los brazos robóticos a esos trocares, el cirujano se sale a la consola para empezar la operación asistido por el equipo”.

El robot tiene cuatro brazos, tres de trabajo, uno de ellos para succionar las gotas de sangre y restos orgánicos, dos para cortar, separar o sostener con pinzas, y el cuarto es el brazo central de la cámara que permite observar con visión ampliada lo que hace el especialista en el interior del cuerpo. Desde la consola se reproducen en los brazos robóticos los movimientos de los dedos de las manos del cirujano. Está sentado y sin fatiga frente al máster de la consola.

Manipula todos los elementos de la computadora mientras observa lo que hace a través de una pantalla en tercera dimensión. Todo sale a la perfección. Después de dos horas Martín regresó a los brazos de su madre.

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