Madrid

El segundo o tercer día de su clase de Lengua y Literatura, Carlos Herrero Canencia les explica a sus alumnos que no admitirá faltas de respeto a nadie, ni a los compañeros con más problemas para aprender ni a los más torpes en clase de gimnasia. Y aprovecha para deslizar su mensaje: “Por ejemplo, yo soy homosexual, y sé que hay que respetar a los diferentes”. El aula queda en ese momento en un silencio sepulcral.

Le gusta que los niños se enfrenten directamente a las palabras homosexual, gay. “Así no queda lugar a los rumores y ellos ven que no debes avergonzarte por ser como eres”, explica Carlos en una pausa entre sus clases en un instituto público de Colmenar Viejo (en la ciudad de Madrid) y una sesión de trabajo vespertina, preparando lecciones y corrigiendo pruebas.

Esa es su forma de hacer pedagogía. “En mi vida privada yo he vivido siempre fuera del armario, y ahora lo hago también en mis clases, porque es útil que los chicos tengan referentes reales de lo que es una persona gay”, dice.

Sus alumnos, a partir de los 11 años, aprenden no sólo los chicos guapos y frívolos que presenta la televisión son homosexuales. Se puede ser un gay como Carlos: un hombre al final de los 40, calvo y con barba, apasionado de la lírica tradicional y El Quijote.

“Eso aumenta su registro: entienden el mundo en su complejidad y refuerza la autoestima de los que sean gays o lesbianas y aún no se atrevan a asumirlo en público”, explica el maestro.

En España, uno de los países del mundo con la legislación más avanzada en derechos de los homosexuales, aún queda trabajo de sensibilización por delante.

“Falta una visibilidad real. Saber que hay personas de 80 años que son gays y que sufren en residencias de ancianos sin poder mostrarse como son”, cuenta Carlos. Relata que hace poco vio a dos chicas besándose en los pasillos de su instituto y le conmovió la normalidad con la que lo asumía el resto de alumnos. “Esos gestos son necesarios. Amplían la tolerancia. Y a mí me gusta contribuir a que los colegios sean un sitio donde los chicos estén cómodos; no como me ocurrió a mí cuando estudiaba, que sufría por ser diferente”, recuerda.

Críticas, meras anécdotas. Carlos señala que nunca ha encontrado la oposición de ningún padre, profesor o alumno. Tampoco ignora que algunos han hablado mal de él a sus espaldas, pero representan anécdotas en comparación con la normalidad que se ha generado a su alrededor.

“Escribo artículos en revistas de pedagogía sobre mi experiencia y tengo un blog, hablandodetodounmucho.jimdo.com, en el que incluyo recursos para abordar estos temas”, explica.

En sus clases plantea los logros de muchos autores homosexuales, pero dos cosas le frenan para no abusar de ese recurso: “Primero, que das la imagen de que sólo tienes derecho a ser gay si eres un genio. Y segundo, que las historias de homosexuales han solido terminar mal a lo largo de la historia, y ése no es un buen referente para chicos que buscan su identidad”, señala.

Lo último que teme es que le puedan acusar de proselitismo por su actitud. Se ríe cuando se lo preguntan: “No se puede volver homosexual a nadie o adoctrinarlo sobre sus deseos, pero sí enseñar a ser tolerante y a entender la variedad que hay en el mundo”.

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