El Diamante, Colombia.— Cuando alguien ingresa en las filas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) rompe el contacto con su familia, que tiene que sobrellevar su ausencia, y por eso varias madres han llegado hasta la conferencia que desde el sábado realiza la guerrilla, en busca de sus hijos, con la angustia de saber si siguen vivos o no.

Judith es afortunada, salió hace casi una semana de su pequeño pueblo en el departamento del Meta (centro) y vivió una odisea por caminos de tránsito casi imposibles para llegar a los Llanos del Yarí, la remota región en la que tiene lugar la Décima Conferencia Nacional Guerrillera en la que las FARC ratificarán el acuerdo de paz alcanzado con el gobierno.

Tras llegar a San Vicente del Caguán, Judith se dio cuenta de que los precios del transporte eran exhorbitantes para una humilde mujer campesina, como ella. Entonces oyó que grupos de periodistas se desplazaban hasta el Yarí en autobuses populares, o “chivas”, y partió con ellos.

Ocho horas pasó en una carretera llena de baches antes de llegar al campamento. “Vine a buscarlo porque hace cuatro años que no lo veía y tenía que venir a verlo", dice mientras se abraza con Willington, vestido de riguroso verde guerrillero. “Han sido cuatro años de sufrimiento, es lo más amargo de la vida para uno, como madre sufre mucho”, agrega emocionada, sin despegarse de su hijo.

En esos años, Judith, quien ya perdió a sus otros hijos en distintas circunstancias, se angustió cada vez que oía de guerrilleros fallecidos. Pensaba que podía ser su Willington. Pero cuando supo de la conferencia, se dejó llevar por su “intución de madre”. La sorpresa fue mayúscula cuando junto a Willington se encontró con la nueva pareja de éste, Verónica, una mujer a la que conoció en las FARC. “Vine solo y en la guerrilla encontré a mi novia”, dice el hijo mientras se abraza con las dos mujeres de su vida.

Willington está feliz de haberse reencontrado con su madre. “Como hijo uno extraña a la madre todos los días... siento una gran alegría por saber que ella está viva, porque uno cree que puede haber muerto con el paso de los años”.

Verónica dice estar “orgullosa” de conocer a su suegra. Y siente un poco de envidia. Ella no ha visto a su madre en siete años.

“La paz debería haber llegado hace muchos años”, dice Judith, y lamenta que haya muerto tanta gente, “soldados y guerrilleros”. “Muchas madres han llorado a sus hijos como yo he llorado a los míos”, dice.

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