París.— “Damas y caballeros, por razones de seguridad se les solicita abandonar la plaza calmadamente”. En un auto sin insignias, pero con altavoces en el techo, un agente de policía repite la frase con la misma calma desde las primeras horas del sábado. Se dirige a quienes han ido llegando a la Plaza de la República. Nadie se mueve de su lugar. El agente mira su reloj para saber en cuánto tiempo tendrá que volver a hacer un anuncio que no tiene ningún efecto.

“Y así llevan todo el día”, dice entre dos sorbos de cerveza un hombre que se hace llamar Req-1. “Mi mejor amigo, Tignus, fue asesinado junto al resto de la redacción de Charlie Hebdo; desde entonces, vengo a esta plaza cada vez que puedo. Hoy hay más razones que nunca”. Luego de un proceso de remodelación controvertido, la “nueva” Plaza de la República de París fue inaugurada el primero de julio de 2013, pero sólo volvió a ser aceptada por los parisinos luego de que se convirtiera en el punto de convergencia de las marchas de rechazo de los atentados del 7 de enero de este año. Desde entonces, desplazando en ese papel a las plazas de Bastilla y de la Nación, se ha convertido en el lugar en el que los habitantes de la capital de Francia se reúnen a la hora de las reivindicaciones.

Es por eso que junto al pedestal de la estatua cubierta con mensajes de todas las causas, los citadinos han estado viniendo espontáneamente a manifestar sus sentimientos respecto a los atentados de la noche del viernes, pese a la prohibición oficial de reuniones públicas en grupo, que en vista de las circunstancias ha sido más bien una recomendación para quienes quieran tenerla en cuenta.

“Venir a République era casi un gesto natural, el lugar en el que podemos expresar nuestro dolor y nuestro respeto por las víctimas. Es por ellos que vine. Los autores y las causas de los atentados son, al menos por ahora, un tema secundario”, dice Alain, un profesor jubilado que deja un ramo de flores en el centro de la plaza y toma varios minutos para encender las velas que se han ido apagando.

Sobre la plaza reina el mismo silencio que a tres calles de allí, donde la policía ha instalado barreras de seguridad a 50 metros de Bataclan, la sala de conciertos donde fueron asesinadas la mayoría de las víctimas del sábado.

“Yo no quiero decir nada más. Tengo una persona muy cercana herida en el hospital. Necesitaba venir aquí para tratar de entender”, dice un pelirrojo de no más de 20 años. Varios turistas dejan flores.

“Muchos franceses van al ground zero de Nueva York por compartir nuestro dolor. Yo vine aquí para compartir el de los parisinos”, dice Mathew, de Oklahoma, a quien la noticia lo atrapó en medio de lo que imaginaba serían dos días de ensueño en París.

Una sociedad en duelo. La zona en la que se encuentra la sala de conciertos Bataclan y los cuatro bares y restaurantes en los que varios comandos armados, con fusiles y cargas explosivas, ejecutaron a más de 120 personas la noche del viernes, es conocida por un sector de fiesta de los jóvenes de clase media parisinos, que escapan aquí a los altos precios de los sectores más turísticos de la capital.

“Los que hicieron esto sabían que un ataque en los Campos Elíseos sería más simbólico para el resto del mundo, pero que al meterse con esta zona nos daban muy duro a los que vivimos aquí”, dice Boris, un ingeniero bielorruso.

En un área conocida por su vida nocturna, la mayoría de los bares han cerrado sus puertas y en los que han abierto hay apenas algunos grupos reunidos alrededor de jarras de vino. No hay música y lo ocurrido la noche anterior es el único tema posible.

El autor es escritor colombiano

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