Ciudad de Guatemala.— Con el rango de general en retiro, Otto Pérez Molina se convirtió el 14 de enero de 2012 en el primer militar que, en 26 años que en esa época cumplía la joven y frágil democracia guatemalteca, asumió la presidencia de Guatemala luego de que la cúpula castrense “retornó” a los cuarteles en 1986 tras 32 años de mantener —a sangre y fuego— el control político del país más poblado de Centroamérica.

Luego de más de tres años y siete meses de su cuatrienio que debía concluir el 14 de enero de 216, Pérez, ahora de 64 años, no tuvo más remedio que renunciar, en medio de uno de los más graves escándalos de corrupción política en Guatemala por una defraudación en aduanas, aunque aduce ser inocente.

Pérez egresó en 1985 de la Escuela de las Américas —academia que Estados Unidos operó en el siglo XX en sus barracas aledañas al Canal de Panamá para formar a los dictadores de América Latina y el Caribe— y antes de Los Kaibiles, fuerza especial del ejército de Guatemala adiestrada en las junglas en las tácticas de guerra y supervivencia más violentas y extremas de América Latina y el Caribe. Ambas escuelas son cuestionadas por sus violaciones a los derechos humanos.

Nacido el 1 de diciembre de 1950 en la capital, en 1966 comenzó una fulgurante carrera militar que le llevó, en la década de 1980, a asumir el mando de tropas del ejército de su país para combatir a las guerrillas comunistas guatemaltecas que desde 1960 se alzaron en armas hasta la firma de la paz en 1996. Pérez ha rechazado las acusaciones de torturas y violaciones a los derechos humanos que habría cometido en la guerra contrainsurgente.

En su trayectoria castrense, que culminó con su retiro en el año 2000, ejerció cargos clave como el de Dirección de Inteligencia Militar de 1991 a 1993, con dos momentos cruciales.

En mayo de 1993 se opuso al autogolpe de Estado del entonces presidente Jorge Serrano Elías, quien disolvió el Congreso y las cortes de Constitucionalidad y Suprema de Justicia, pero debió dimitir.

En junio de ese mismo año, participó en el operativo que culminó con la captura en Guatemala y entrega a México del ahora otra vez fugitivo narcotraficante mexicano Joaquín El Chapo Guzmán. En febrero de 2012 pidió debatir la legalización de las drogas.

Tras su paso por la inteligencia militar y ser inspector general del ejército, se involucró en la negociación de paz con la guerrilla guatemalteca como delegado de la institución armada y suscribió los acuerdos que en 1996 pusieron fin a 36 años de guerra.

Luego pasó como jefe de la comitiva guatemalteca en la Junta Interamericana de Defensa, en Washington. En 2000 se retiró del ejército con rango de general e inició una carrera política que en 2012, en un segundo intento, lo llevó a la presidencia, tras perder en 2008.

El derechista general en retiro llegó al poder acosado por una sombra, por provenir de unas fuerzas armadas acusadas de masivas violaciones a los derechos humanos en la guerra y de ser brazo armado del poderoso sector oligárquico para mantener impunidad y control del país. Pérez ganó con un mensaje de mano dura contra la delincuencia y prometió atacar a las narcomafias mexicanas con la temible fuerza de Los Kaibiles y sus estrictas normas.

“Si retrocedo, mátame”, es una regla kaibil a la que Pérez se aferró en las postrimerías de su gobierno. Pero ni con su historial kaibil venció a otra fuerza creciente en Guatemala: la del aparente fin de la impunidad (política, militar y oligárquica) por la que el Congreso lo despojó de su inmunidad el 1 de septiembre y lo dejó expuesto a la justicia ordinaria, sin privilegios y en una jungla judicial que lo obligó a renunciar. Hoy, bajo prisión provisional, espera su destino.

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