Coleccionistas de obviedades, tengan esta: todo restaurante es una tensa suma de comida y atmósfera. Lo siguiente es un poco menos obvio: el resultado de esa suma pertenece a un espectro, no a un total fijo. Un mismo restaurante, entre más tiempo del día permanezca abierto, se mueve dentro de ese espectro. Cambia durante sus horas de apertura como cambian las caras de un muerto a lo largo de un velorio o como las plantas cambian a lo largo de un día –plantas cuyas variaciones son perceptibles gracias a esas cámaras que permanecen inmóviles frente a ellas, grabándolas en time-lapse mode–. Más: hay restaurantes que son casi pura comida –ejemplo: una bicicleta que vende tacos de canasta en avenida Zacatépetl– y restaurantes que son casi pura atmósfera. Cluny Le Bar está en ese lado del espectro.
(Cluny Le Bar es un no-descubrimiento, ya lo sé. Es una cosa que siempre ha estado ahí, en San Ángel, como una columna en un edificio o como una marca de nacimiento. Pero 1. #MisceláneaSanJuan no es un lugar para hacer descubrimientos; no hay novedades aquí: hay circunvoluciones; y 2. todos los lugares, no: todas las cosas deben ser descubiertas por alguien en algún punto. Hay alguien, tú acaso, que está leyendo por primera vez sobre Cluny Le Bar.)

Cluny Le Bar es atmósfera entonces. Algo en él indica “París”. Las comillas no son caprichosas: esto no es París París sino un París imaginario, con una pátina lautrecquiana, post-impresionista. Los dueños de este bar llaman a su estilo Belle Époque, pero no: Belle Époque pide una definición factible, nítida, y Le Cluny no es nítido: es ligeramente turbio, borroso. Le Cluny se escapa de las manos, de la fijeza. Hay esas curvas en la madera o en los marcos de las ventanas pero el lienzo que pende de su pared es ostentosamente no-impresionista, es anacrónico. Cluny Le Bar vive en una suerte de uncanny valley de la atmósfera de bar francés: se parece tanto a nuestra idea de un bar francés que  parece un bar francés –hasta que el estambre se rompe y estás inconfundiblemente en la ciudad de México, en San Ángel, en el Carmen. La sensación es fascinante.

Que Cluny Le Bar tienda a pura atmósfera no exime de la comida. Ya no sé cuántas cosas he probado aquí, pero ninguna es ni completamente olvidable ni absolutamente memorable. La saucisse alsacienne es una salchicha de ternera  respondona  con una chucrut bien fermentadita y empujada al abismo gracias a la mostaza y la raíz fuerte. La tártara de res es textual, como extraída de un libro: alcaparras, aceite de oliva, mostaza a la antigua, cebolla y perejil. Tal vez su punto más alto sea la hamburguesa. Déjenme decirles qué no es: no es una hamburguesa de diner –pan de papa, smashed pattie–; no es una hamburguesa de cadena –nada en contra de ellas; esta simplemente no lo es–, con su sabor “parrilla” y su queso amarillo. Es o casi sí es: una hamburguesa de bistrot: pan casero, carne ancha con sabor parrilla –ojo: sin comillas–, gordo jitomate, poca lechuga. Ahora que lo pienso: la hamburguesa es parte de la atmósfera de Cluny Le Bar. La muerdes y súbitamente estás en otro lado: no en París París, pero sí en un París imaginario, platónico.

Cluny Le Bar

Dirección: Av de la Paz 57 Precios:  La última vez que estuve ahí éramos dos. Pedimos dos botellas de vino, dos mezcales, cuatro aguas minerales (es un bar: no me vean así) y una hamburguesa. Pagamos 1286 ya con el 15 
de propina.

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