Pésame a la familia de mi amigo René Drucker

Mi familia (Melgar Pachianno) se mudó de Oaxaca a la Ciudad de México debido a los terribles temblores que destruyeron la mitad de la ciudad y numerosas poblaciones del estado. El gran temblor de Oaxaca ocurrió, al empezar la noche, el 14 de enero de 1931, y duró tres minutos y 10 segundos, con una intensidad de 7.8 grados. Se dice que murieron 10 mil personas. Narraba mi padre que algunos oaxaqueños creían que el temblor había resucitado a los muertos, pues éstos enterrados, se salieron de sus ataúdes. La destrucción fue casi total.

Aunque no había aditamentos caseros para captar las imágenes, la crónica cinematográfica correspondió nada menos que al cineasta Sergei M. Eisenstein. El ruso, creador del cine moderno, se encontraba en México rodando su película !Que Viva México! Al filmar en Oaxaca, ocurrió una de las réplicas que produjo el documental: El desastre de Oaxaca. En estos días post terremoto hay que verlo: (http://old.nvinoticias.com/sites/default/files/especiales/1931/index.html).

Los temblores de Oaxaca, en plural, pues hubo muchas réplicas, marcaron el destino de aquellos Melgar que dejaron la placidez de la provincia, donde mi abuelo Leopoldo era un próspero comerciante, dueño del Pabellón Nacional, una especie de Palacito de Hierro oaxaqueño, tienda asentada en lo que hoy es el vestíbulo del Hotel Marques del Valle, frente a los laureles del zócalo.

Todo se derrumbó, todo se lo llevó el temblor. Había que empezar de nuevo, en una modesta casa de huéspedes en Tacubaya. Ya en la Ciudad de México, cada ocasión que se movía la tierra, había que ponerse en el quiosco de la puerta. Mi madre corría por el cirio Pascual y empezaban los rezos. Aprendí empíricamente nociones de sismología, tales como si los movimientos son trepidatorios (muy peligrosos) o bien oscilatorios (menos peligrosos).

Cuando el temblor de 1957, la radio informó que “el Ángel se había caído”, mi padre me llevó a ver lo que le había pasado al regalo de Francia a don Porfirio Díaz con motivo del Centenario de la Independencia. Recuerdo mi desilusión infantil cuando levanté, entre escombros, un pedazo de metal que había sido del Ángel. Antes de eso yo juraba que el Ángel era de oro.

Los dos temblores mayores, el de 1985 y el más reciente de hace unos días, me tocaron fuera de México. Sirvieron para darme cuenta de la solidaridad y simpatía que provoca en el extranjero un pueblo como el mexicano, al que no han podido doblegar ni sus gobernantes corruptos, ni los secuestradores, ni los delincuentes, ni los narcos, ni las mafias que roban y saquean, ni los estadounidenses que no quieren a México, ni siquiera los temblores.

El Ejército dejó de patrullar las poblaciones y perseguir delincuentes para realizar las funciones que la Constitución le ha asignado. La ayuda brindada por soldados y marinos a las víctimas, así como la dignidad con la que muestran su legítima autoridad, es reconfortante.

Los políticos, de todas las facciones, son los ratones espantados del cuento: casi no declaran, ni critican, ni ayudan, todo lo que dicen tiene cola y es sospechoso. Saben que la repulsa ciudadana es general. Por ello el clamor popular creciente para que se cancele el dinero de las campañas políticas y se destine a mejores fines como la reconstrucción.

Si 1985 representó los primeros pasos de la sociedad civil organizada, 2017 puede ser un parteaguas de la verdadera toma del poder ciudadano. Con el temblor cayeron casas y edificios, pero ahora es la oportunidad de que caigan lacras. Una de estas es el innecesario financiamiento público a las campañas políticas.

En la desgracia que se vive aparece un rayo de luz, una esperanza: los miles de jóvenes, dando la mano, haciendo cadenas de ayuda, preparando comida, levantando piedras, buscando víctimas. Ellas y ellos —los Héroes del 17— son quienes ya tienen en sus manos el destino del país. Así como levantan piedras y curan heridas, les corresponde derribar lo que aun queda del colapsado sistema político nacional.

Investigador nacional en el SNI.
@ DrMarioMelgarA

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