El 17 de enero, la Dra. María Elena Álvarez-Buylla Roces, Directora General del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, expresó con claridad lo que considera será el eje central en el nuevo proyecto que encabeza: “Las ciencias, las humanidades y las tecnologías serán punta de lanza y motor de la Cuarta Transformación”. El papel que jugarán estas tres actividades no es concebido como secundario ni periférico al proyecto de cambiar al país. En buena hora.

Destaca el énfasis de la inclusión de las humanidades en el campo del avance del conocimiento y la formación en México. Se han impulsado siempre – quizá no del modo adecuado o necesario – lo que no quita el valor a secas, y el simbólico, de incluirlas en el nombre del organismo rector del conocimiento avanzado en el país.

Ha habido información en torno a la asignación de fondos para desarrollo tecnológico a empresas o entidades que si algo no les falta son recursos. Habrá que revisarlo y enmendar el entuerto. Se ha dado a conocer, de manera aún parcial, que la organización del Consejo y su administración podrían mejorar. Sería oportuno.

Es notable, a través de una actitud diferente, que se cuenta con una concepción distinta, en los dirigentes del organismo, de lo que debe ser prioritario impulsar, aspecto que es muy interesante: no se va a mejorar lo que sucede, si se hace —aunque mejor o a menor costo— lo mismo que se ha hecho sin ponerlo en el crisol del análisis y la crítica.

Hay indicios de una voluntad de cambio, por medio de la revisión de procedimientos establecidos y procederes acostumbrados, que auguran claridad en los diagnósticos que, en su caso, han de preceder a las mutaciones que se requieran. Ojalá.

Hay expectativas, sí, y cierta cuota de incertidumbre en la comunidad científica: se esperan novedades. En el conjunto de investigadores de todas las áreas, y entre los estudiantes de posgrado, surgen preguntas en cuanto a la continuidad o cambio en la relevancia de temas, y las modalidades que se establezcan a programas que han sido centrales en el desarrollo de este trabajo en nuestra tierra, como la becas, estándares de calidad en la generación de nuevos científicos y humanistas, el Sistema Nacional de Investigadores o las Cátedras para jóvenes egresados del doctorado.

No es de extrañar que así ocurra si se trata, como es el caso, de una visión del papel del saber fundado (y sus aplicaciones) que se inscribe en un proyecto de nación muy ambicioso.

No sólo será diferente, sino que se asume desde hoy, y de manera entusiasta, tan relevante, al menos, como otros que ya el tiempo, y el análisis histórico, así han denominado: transformador de México. Tiempos nuevos.

Por eso, no estaría de más —al contrario— que se abran espacios de diálogo y crítica a lo sucedido y lo porvenir, pues es lo propio de la actividad que se realiza. La ciencia, la tecnología y las humanidades, sin debate y diálogo, fuera del espacio del ethos del intercambio y análisis, serían dogma.

Ha sido un acierto, a pesar de las limitaciones que habrá que superar, el ensayo de sistemas de Parlamento Abierto en materia de temas cruciales para el futuro de la nación. Eso se espera, por ejemplo, para el debate legislativo de la iniciativa presidencial en torno a los cambios que propone al artículo 3º constitucional.

¿No sería oportuno que los balances y alternativas para el desarrollo del CONACYT, fuesen abiertos a la consideración de los investigadores, así como de quienes han estudiado a la educación superior, el posgrado y la actividad científica y tecnológica durante décadas?

Es necesario, creo, para que los nuevos planes en materia de ciencia, operen de acuerdo a la tradición científica, abierta a la crítica y sin eludir su compromiso con valores que la trascienden. Sería el parabién de la enhorabuena.

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