La calidad humana y/o moral de una persona no está determinada por su extracción social, etnia, religión o actividad económica. Entre jornaleros, maestros, políticos, empresarios, policías, obreros, artistas o enfermeros, podemos encontrar las mejores y las peores expresiones del ser humano. Esto lo sabe muy bien el actual presidente, pero reconocerlo contraviene sus planes. Mucho más sencillo descalificar en paquete a empresarios, exfuncionarios, intelectuales, críticos, científicos, organismos autónomos u organizaciones sociales, que sentarse a negociar con ellos.

Todos estos sectores —estigmatizados por AMLO—, cuentan con activos muy importantes para el desarrollo y el futuro del país. El país que tenemos, bueno, malo o regular, lo hemos construido entre todos. En los países que funcionan mejor todos estos sectores se suman a un proyecto nacional, cuando existe un líder con genuino perfil de estadista: ve por todos e integra a todos en el proyecto.

No es el caso de López Obrador. Su visión se limita al único referente con el que puede ver el mundo: la lucha por el poder. Con esta visión, cualquier sector con capacidad de influencia en el proyecto nacional —sea buena o mala— se convierte en una amenaza potencial y no en un activo nacional que hay que sumar. Cuestionar a rajatabla la calidad moral de sectores enteros de la sociedad mexicana trasluce una visión parcial e irresponsable del país y de nuestra sociedad. El pluralismo y la diversidad son componentes consustanciales de la fortaleza democrática de un país.

Decía Bertrand Russell, uno de los grandes pensadores del siglo XX, que de todas las actividades humanas la política es la menos digna. Y no le faltaba razón. No es gratuito que hoy en día, alrededor del mundo, tanto los políticos como sus organizaciones hayan llegado a tal nivel de desprestigio frente a sus poblaciones.

En este punto, resulta pertinente aclarar que no todo el poder es negativo. Más aún, el poder es neutro. El poder es una capacidad para hacer, influir o transformar. Muy distinto hablar del poder de la oración, de la esperanza o del amor, cuyas bondades nadie cuestiona, que hablar del poder del narcotráfico, de los políticos corruptos o de los políticos incompetentes. El poder ¿para qué?

Descalificar a ciertos sectores tiene claramente un sentido político, recurrente en la historia, y que siempre termina en fracaso. Por ignorancia y/o por perversidad, algunos políticos consideran que al someter, desmantelar y expropiar los sectores institucionales estos se van a sumar a su cuota de poder. Son ignorantes al no reconocer que la fuerza y el poder de estos sectores provienen de sus propias historias, actores y dinámicas, construidas a lo largo de décadas o siglos y que por ello son lo que son. Pretender expropiarlos es como robarse un caballo que, al no reconocer a su amo, perderá toda utilidad; nadie lo podrá montar y terminará por morirse de depresión. Aquí morirían la productividad, el pensamiento y el dinamismo social. Las energías que mueven a una sociedad y a un país.

Decían los griegos que el maniqueísmo es una visión limitada, parcial e incompleta de la realidad, que sólo beneficia a quienes ven en esta farsa del conocimiento una ganancia personal. Dividir el mundo entre buenos y malos, izquierda y derecha, conservadores y transformadores, a sabiendas de que ni lo seres humanos ni la sociedad están así estructurados, constituye una monumental mentira, que no tiene ningún asidero ni en la calidad humana ni en la autoridad moral.

López Obrador nos ha obligado a miles de mexicanos a repensar la política, nuestro país y nuestro futuro. Su actitud en poco ayuda, lo que lleva a que buena parte de la reflexión habremos de hacerla sin él: el dogma y la reflexión honesta no dialogan.

Consultor en temas de seguridad
y política exterior.
lherrera@ coppan.com

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