En entrevista, el embajador canadiense, Pierre Alarie, hacía notar que uno de los irritantes en la relación bilateral, es el hecho de que, nuevamente, un grupo importante de mexicanos está pidiendo la condición de refugiado en Canadá. Este tema, como se recuerda, estuvo en el origen de la aplicación de una visa para los nacionales mexicanos que viajaron a Canadá, trámite que tuvo un impacto muy negativo en el sector turístico y en el muy enriquecedor intercambio estudiantil que  hay entre los dos países. La situación es crítica, porque en un momento de relativo aislamiento como el que vive México por las presiones directas de Trump y el poco apoyo financiero que, hasta ahora, ha recabado la —por demás interesante— estrategia diseñada por la Cepal para Centroamérica, así como nuestra extraña postura en el caso venezolano y nuestra deliberada ausencia del G20, incrementar la tensión con Canadá es inconveniente.

Y lo es doblemente porque estamos a punto de celebrar en América del Norte la ratificación legislativa de  un tratado renovado de libre comercio. México negoció su pertenencia de manera bilateral y para fortuna de todos Canadá pudo en último momento incorporarse al trilateral, pero mi intuición es que no sintieron que éramos particularmente cercanos y que nuestra prioridad  era resolver la relación con Estados Unidos.  Una visa a estas alturas sería un mazazo. La visa significó muchas cosas, entre otras la estigmatización (en Canadá) de nuestra nacionalidad como un colectivo que considera que mentir a la autoridad no es algo grave y que pedir refugio parece más una estrategia de protección personal en el plano económico, que propiamente una condición de perseguido.

La 4T tendrá muchos problemas, pero salvo los señalamientos hostiles del presidente a la prensa y a grupos empresariales, hasta ahora no hay constancia de que persiga políticamente a nadie; por tanto, no es aceptable  que nuestros compatriotas emigren y opten por la figura del refugiado político. Verdad es que pueden muchos de ellos sentir persecución por las regresivas leyes o atavismos que este país mantiene con minorías, pero la existencia de un flujo constante y con patrones previsibles habla de una corriente bien organizada que lastima la sensibilidad canadiense  y sugiere que se está cometiendo una deliberada estafa a su régimen de asilo.

El embajador Suárez Dávila trabajó de manera denodada para quitarnos el estigma de la visa y me preocuparía mucho que, por desatención o falta de interés, se reinstalara. De ser así la relación con ese país carismático y multicultural que el gobierno y los ciudadanos hemos apreciado a lo largo de los años, se complicaría nuevamente. Nos lo están advirtiendo a tiempo para evitar que el asunto crezca y yo solo espero que, a quien corresponda actuar, lo haga.

Analista político.
@leonardocurzio

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