Es un verbo horrendo, lo sé, pero es el que mejor describe lo que debería, a partir de hoy, conducir los afanes del gobierno. Al igual que ocurrió con su predecesor, quien gastó buena parte de su energía política y talento en aprobar el Pacto por México y suponer que la reforma legislativa sería suficiente para mover a este país, la Cuarta Transformación ahora enfrenta desafíos similares. Ha conseguido dar marcha atrás a reformas ampliamente ponderadas por el gobierno anterior y ahora tiene, en los ámbitos educativo, laboral y de seguridad, una legislación a modo de la nueva realidad política.

Dejamos entonces esa fase de disputa político-legal que tanto gustaba a Peña Nieto, y al parecer entusiasma también al Presidente, quien está dispuesto a agregar a su muy abultado carcaj de facultades –que incluye legislación prioritaria, amplias facultades reglamentarias y mayoría absoluta para aprobar la legislación secundaria— el dudoso uso de memoranda para presionar al Congreso. Ojo con ese tema, porque la desproporción en el uso del poder suele tener severas contraindicaciones. Pero volviendo al momento actual, a partir de mayo se acabó la etapa del “anti pacto por México”, las mayorías de Morena han sentado las bases de una nueva política gubernamental que, en buena lógica, debería a partir de ahora, empezar a rendir resultados.

Hay sectores que siguen lamentando estas transformaciones, pero un buen demócrata debe saber que las mayorías tienen derecho a modificar una realidad y probar con nuevas instituciones y agencias gubernamentales retocadas si dan mejores resultados. El Presidente ha decidido suprimir el Instituto Nacional del Emprendedor, las zonas económicas especiales, el Consejo de Promoción Turística de México y es, por supuesto, su derecho. Lo importante ahora es que una vez derribadas esas instituciones se empiece notar un resultado positivo en el comportamiento de la economía. Esta administración tiene ahora como tarea el árido proceso de convertir sus dichos en realidad y ver si puede crecer al 4%. Lo mismo ocurre con la Fiscalía y con la Guardia Nacional; hoy no tienen más mandato que implementar y acreditar que funcionan mejor que las anteriores, que en este país la impunidad se reduce y la violencia se acota.

Lo mismo es esperable de la reforma educativa, más allá de las desconfianzas que pueda generar, finalmente se ha logrado un nuevo consenso en el que, para escarnio de algunos miembros del Congreso, votaron la contrarreforma con el mismo ahínco con el que hace seis años votaron la reforma. Total, la política es así. Implementar ahora supondrá, como decía Bravo Regidor, pasar de la muy cómoda y gratificante fase de promover el cambio en el discurso, a trabajar todos los días para que la administración pública pueda cambiar la vida de los mexicanos. Con la contrarreforma aprobada la pregunta pertinente es: ¿cuáles van a ser los indicadores para demostrar que el sistema escolar con estos nuevos atributos da mejores resultados que el anterior? Gato blanco o gato negro lo importante es que dé resultados.

Peña Nieto fue muy hábil para tejer un pacto político, pero una vez que se le acabó la gasolina para dar relieve al Pacto por México su gobierno se eclipsó. No tuvo nunca el liderazgo administrativo para que las leyes cambiaran la realidad. Se desentendió de gobernar. Espero que al de Andrés Manuel López Obrador no le ocurra lo mismo y que, una vez superada la fase de la grilla y los grandes discursos de las reformas constitucionales, se dedique a cumplir el trabajo menos atractivo del ejercicio del gobierno que es precisamente implementar políticas públicas, evaluarlas y corregirlas, si fuese el caso.

Analista político. @leonardocurzio

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