La conversación pública tiene cierta rispidez en estos tiempos por distintas razones, que van desde las estancias infantiles, hasta la forma de tratar los bloqueos de maestros en Michoacán. Pero la principal fractura, a mi juicio, está en que el estado de ánimo del país es de Venus y los datos que maneja el círculo rojo, son de Marte. La opinión pública sigue albergando un enorme optimismo sobre el desempeño de la economía. Si uno ve con detenimiento el Índice de Confianza del Consumidor del INEGI, el 2019 será un año propicio para que nuestros compatriotas tengan acceso a bienes, recursos para vacacionar y mejores precios. El optimismo nacional es de tal magnitud, que el Presidente de la República ha llegado, según la encuesta de Alejandro Moreno, a niveles casi de unanimidad. Solo el 13% mantiene una visión crítica del ejercicio de gobierno. No han sido muchas ocasiones en las que el país ha tenido esta disposición tan favorable y, reitero, ojalá la use para grandes propósitos transformadores y no para cobrar pequeñas facturas y desgastarse en nombramientos de cercanos y solidificar instituciones.

La mayor parte de la gente cree que las cosas van a ir mejor y, por tanto, le resulta irritante que en el círculo rojo no se comparta su optimismo. Para quienes nos dedicamos a la comunicación, no es fácil explicar esto a las audiencias, predispuestas a oír que las cosas irán de maravilla, es decir, respiran en la atmósfera de Venus y derrochan el entusiasmo de que la cuarta transformación significará un México más cohesionado y próspero. El problema estriba en que, en el planeta Marte, el optimismo deja paso a datos como los de Concanaco, los cuales muestran una caída de 15% del consumo en el mes de enero, un recorte de las previsiones de crecimiento económico de prácticamente todos los observadores nacionales e internacionales, un balance de riesgos que mantiene una visión prudente sobre la elasticidad de las finanzas públicas para atender todos los programas gubernamentales y un entorno internacional que se contrae. Con la cancelación del aeropuerto, el gobierno federal redujo su capacidad de edificar infraestructuras porque, como ahora hemos visto en la termoeléctrica de Morelos, el pueblo tendrá que opinar sobre su futuro y lo mismo ocurrirá, supongo, con el tren México-Toluca y probablemente con la refinería y el tren Maya. El mismo Presidente sentó un precedente que puede ser funesto para sus prioridades políticas. La más reciente información sobre minusvalías en las Afores y la caída de la inversión que reportó el Inegi el viernes, nos hablan ciertamente de que el carburante necesario para tener un crecimiento económico, que a su vez satisfaga la expectativa de la gente de tener mejores condiciones, podría verse frustrado. Entiendo perfectamente que la gente ilusionada con una transformación radical encuentre estos datos (y el análisis de los mismos) irritantes y molestos. El país vive esta doble condición y aunque los más esperanzados se enojen, el desempeño de la economía no depende solo (aunque es un componente muy importante) de la confianza del consumidor, sino de las magnitudes de los indicadores económicos y, por tanto, la política se encuentra en el centro de la reflexión. El Presidente y su gobierno pueden seguir alimentando la esperanza, a mí me parece lo correcto, de que este país puede y debe cambiar, pero lo que deben empezar a modular es cuánto y cuándo va a cambiar. Imaginar que a finales del año la situación económica de México va a ser radicalmente diferente a lo que tenemos es, cuando menos, exagerado. Yo creo que en esta dualidad planetaria es más cómodo vivir en Venus que en Marte y es más confortable creer que las cosas irán muy bien, a deducir, desde una base racional, que las cosas se moverán de manera inercial. Pero al ser humano le gusta más confiar en su sistema emotivo que en el racional. Y la esperanza puede cambiar mil cosas, pero el Pepe Grillo de la razón cumple la función de superávit de conciencia para alertar que la propaganda gubernamental o el sentir popular, puede no siempre ir de la mano de la realidad.

A todos los que viven en Venus se les pide ahora un doloroso esfuerzo: pensar desde la óptica marciana y a los que están en Marte también se les debe pedir que piensen que la gente tiene una desbordada ilusión. Entiendo perfectamente que con este cruce de visiones planetarias la conversación pública tenga crispación y los ilusionados digan: ¿por qué estos señores nos quieren robar la esperanza? pero los informados prefieren moderar las ilusiones, no se vaya a romper el cántaro antes de tiempo.

Analista político. @leonardocurzio

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