Este domingo se llevaron a cabo elecciones para elegir gobernador en los estados de Baja California y de Puebla. Más allá de qué partidos o candidatos obtuvieron el triunfo, lo que más llamó la atención y preocupa fue la escasa participación electoral: en Baja California, sólo acudieron a votar el 29% de los ciudadanos inscritos en el padrón electoral y, en Puebla, el 33% de los que podían hacerlo. También hubo elecciones en otros estados para elegir alcaldes y diputados locales, pero, sucedió lo mismo, se decidieron en medio de una muy baja participación: 22% en Quintana Roo, 32% en Tamaulipas, 38% en Aguascalientes y 44% en Durango. Contrasta con lo que ocurrió apenas el año pasado en la elección federal en que se logró una participación del 62% de los inscritos en el padrón electoral.

Hubo también en las elecciones del pasado domingo, buenas noticias y datos alentadores. Los procesos electorales de carácter local son referentes importantes de la estabilidad del sistema político. Aun considerando que algunas de las entidades en que hubo elecciones se encuentran entre las que padecen índices más elevados de violencia y de presencia del crimen organizado, los procesos electorales se desarrollaron en paz, no han surgido acusaciones graves de fraude y los resultados han sido admitidos por todos los contendientes. Hemos aprendido a vivir en democracia.

El abstencionismo es el tema preocupante y debe de ser el tema a analizar. Tiene generalmente muy distintos factores. Algunos tienen que ver con lo que sucede en el ámbito local. Muy señaladamente en algunos lugares, la población tiene miedo a salir a votar por el sentimiento de inseguridad que prevalece. La escasa simpatía que generan en el electorado algunas candidaturas o la incapacidad de partidos y candidatos para provocar —con buenas campañas y propuestas— la participación de los ciudadanos el día de la elección, puede también ser la causa. Pero, la más preocupante desde mi punto de vista, es que puede estarse dando en una parte de la población un desencanto con los resultados de vivir en democracia. El riesgo estriba en que gran parte de la ciudadanía comienza a percibir que nuestra democracia es incapaz para resolver los problemas sociales y que hay una distancia enorme entre las demandas sociales y las respuestas de los gobiernos. Lo hemos visto en otros tiempos y en otras partes, una sociedad desencantada con la democracia produce niveles muy elevados de abstencionismo. También, un desencanto social hacia la democracia puede traer aparejada la nostalgia por el autoritarismo.

La democracia tiene sus reglas. Presupone la discusión sistemática de los problemas, de las soluciones y de los actos de poder público, precisamente porque distribuye las responsabilidades entre distintos órganos, porque reparte el poder entre muchos, porque entreteje una red de jurisdicciones y de relaciones de control. Durante los seis meses que lleva la nueva administración, en buena parte de la población existe la percepción de que esto no está sucediendo. Las decisiones, independientemente de la magnitud de ellas, las toma el Presidente de la República. Las leyes, los presupuestos, los programas, son los que quiere el Presidente. No hay discusión ni existen contrapesos dentro ni fuera del gobierno. Y, eso no traerá nada bueno para el país.

Nuestra democracia, con todos sus problemas, achaques y defectos, sigue siendo el sistema político que los mexicanos queremos darnos para construir gobiernos, acotarlos y exigirles cuentas. Preservar la democracia en México debe de ser un compromiso de todos, gobiernos y sociedad. Una democracia en consolidación, como la nuestra, requiere de espacios de deliberación. El gobierno está obligado a abrirlos so pena de poner en riesgo los avances democráticos que se han venido logrando en las últimas décadas.

Abogado. @jglezmorfin

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