Algunos analistas se han dado a la tarea de explicar la manera en que recortes de talla caguama a un buen número de sectores y agencias del quehacer público podría relacionarse con la intención del presidente de terminar con la corrupción. Suena lógico y bastante sencillo: si se cierra la llave del dinero, la escasez acabaría por mera falta de riego con todas las prácticas asociadas a ese concepto tan multiforme y vasto. De qué le serviría a un rufián que lo pongan donde hay si ya no hay. Hasta ahí conserva cierta lógica el argumento.

El problema de una estrategia considerablemente kamikaze como la que le acabo de contar es que asume que nuestras instituciones (las que sí queremos, no la corrupción como sistema institucional de beneficio a unos cuantos) son árboles frondosos, maduros y resistentes a cualquier adversidad como fieras palmeras ante una marejada. O que son de esos cactus de piel gruesa, mate y espinosa que uno puede simplemente olvidar por un montón de semanas hasta que se acuerda que no son de utilería y necesitan un poco de líquido vital (encuentre usted otro sinónimo menos dramático para el agua).

Y la verdad es que no. Bien dice aquel pregón “cuando se está armando un Estado de Derecho, los cinco primeros siglos son los más complicados”. Seremos el gigante de la CONCACAF (y mire usted que muy apenitas) pero eso a lo que podemos llamar el Estado mexicano y su democracia todavía no alcanzan el timbre. Nos falta mucho camino por andar antes de afirmar que nuestra administración pública es un amasijo de agencias públicas sólido, estable e inmune a los vaivenes y ocurrencias. Es justamente esa administración pública -la estereotipada (a veces con razón, pero en tantos otros ejemplos dignos, no) burocracia- la que en verdad se sienta frente a las computadoras a redactar convocatorias y reglas de operación, a revisar, planear, presupuestar y ejecutar programas que habrán de afectar para bien y para mal nuestra cotidianidad. Y es una burocracia perfectible pero, sobre todo, incipiente, vulnerable.

En ese jardín de instituciones de resolana que nos hemos construido difícilmente saldremos bien librados con esa estrategia de cerrar la llave e ir abriéndola poco a poco. Sepa que, como todos, tendré cierto sesgo pero considero que, dentro del abanico botánico de sectores, la ciencia y las artes son plantas raras. Germinan después de muchísimo esmero y hartos años de regar semillas que parecen no brotar. Cuando se les tiene la paciencia adecuada, producen flores y unas frutas que no todo el mundo encuentra útiles. Pero, en el largo aliento, la ciencia y las artes son esos árboles majestuosos que hacen que un predio cualquiera se llame bosque y nos patio, son las instituciones que más sombra y oxígeno le pueden dar a la nación sobre la que se le antoje untar el índice en el globo terráqueo.

Claro, claro. Ya está a punto de zangolotearme a punta de tuitazos. Asuntos criticalísimos como el abasto de medicina y el sueldo de los doctores en el seguro social importan más. Pues sí, son más urgentes. Son de vida o muerte, sin espacio para la metáfora. Que la sequía provocada por los recortes le pega al CONEVAL y, por añadidura, a toda la política de desarrollo social, a la única manera de saber si lo que pensamos que combate a la pobreza en México en realidad funciona. Sí, y sí a todos los ejemplos que puedan enlistarse como toda la fila de macetas a las que se les están secando las hojas producto de un jardinero acostumbrado al todo o nada.

Pero el hecho de que todo eso sea más urgente no hace menos importante a las consecuencias de dejar secar a la ciencia y las artes en el país. Probablemente no entendamos de qué tamaño es el hueco que dejarían los centros públicos de seguir reduciéndolos sino hasta que nos hagan falta en el paisaje. Esfuerzos como la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil (FILIJ) son el ejemplo claro de regar un suelo árido contra todo pronóstico, de esas flores raras que crecen en el hormigón aunque el aire sea más mortífero que el del Periférico. Dejar secar las instituciones que producen ciencia y arte nos va a doler en el futuro por mucho tiempo.

Acabar con la corrupción llevándose entre las patas aquello que nos hacía felices en la vida pública mexicana será como combatir la cochinilla algodonosa de nuestro jardín convirtiéndolo en un patio desierto color cemento. Y ni así se acabaría por completo la plaga.

@elpepesanchez

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