En mi colaboración anterior expuse las razones por las cuales el Estado Mexicano decidió no apoyar la sanción al gobierno de Nicolas Maduro impuesta por el Grupo de Lima, naturalmente convocados por la Organización de Estados Americanos (OEA).

Afirmé categóricamente que México nunca ha aplaudido ni defendido a ningún dictador o tirano que reprima a su pueblo indefenso. Las reacciones de diversos países de América Latina, “patrocinados por OEA”, así como Canadá, Estados Unidos y países de la Unión Europea, expresaron “su extrañeza y molestia” del ¿por qué México invocó el principio de no intervención y autodeterminación? Es natural, ignoran la historia de México, que ha sido la mayor víctima de intervenciones y agresiones de Estados Unidos y potencias europeas que consideran a México su traspatio petrolero o su basurero.

La Doctrina Estrada no es patente de corso para que nuestro país aplauda excesos y abusos de violencia brutal en alguna república. Nuestro país ha condenado en los foros internacionales como fue aquel caso en cual el dictador Francisco Franco aplicó el garrote vil a unos jóvenes.

La diplomacia mexicana no es un chicle bomba, no es convenenciera ni negociadora, se basa en la dignidad de la historia, no lucrar en beneficio propio, no negocia en lo obscurito, no es farisea, es decir el que dice una cosa y hace otra, la base de nuestra política exterior es el respeto al derecho ajeno, como requisito para la paz, pero no una paz de los sepulcros, no aplica la amenaza ni el abuso de la fuerza propio de las bestias, aplica el diálogo, propio de los seres humanos. Se inspira en la negociación entre las partes en conflicto para alcanzar acuerdos basados en el respeto a su soberanía y no en manos externas.

Los problemas de Venezuela lo deben de resolver los venezolanos sin ninguna presión ni intervención de potencias para inclinar una resolución como lo observamos en la sesión del Consejo de Seguridad la semana pasada, sesión que no aprobó ninguna resolución. El voto de la República Popular de China y de Rusia se opuso a derrocar a ese gobierno sudamericano que se encuentra en la peor de sus crisis históricas, y que puede ser el detonador de un conflicto global entre las potencias mundiales, es decir una guerra.

Las repúblicas latinoamericanas históricamente desde su independencia han buscado afanosamente mecanismos de unidad y cooperación como aquel congreso anfictiónico celebrado el 15 de julio de 1826, por Simón Bolívar en la ciudad de Panamá, con una conciencia de formar una patria grande, una confederación de estados. Proyecto que lamentablemente no nos dejaron entendernos con nosotros mismos aplicando la Doctrina Monroe.

Estamos ante los peligros de la guerra o la paz, una guerra que no quiere ni conviene a la humanidad. Los jinetes del apocalipsis cabalgan de nuevo, debemos tener conciencia que, en caso de escalar el conflicto interno de Venezuela, podría convertirse en un choque de intereses de potencias, las cuales aprovecharían en este mundo dividido, esta profunda crisis, de nuevos miedos y resquebrajamiento del orden internacional.

Los interese estratégicos, geopolíticos están a la vista, para aprovecharse de los enormes recursos naturales como son las reservas petrolíferas que se encuentran en la franja del Orinoco en Venezuela. Esta reserva es de las mayores del mundo, para quien las posea asegure su futuro energético por más de 80 años.

Hay nubarrones que presagian tormenta sobre la economía internacional, basada en la codicia, el saqueo de recursos naturales y el pillaje. Las naciones pobres navegan sin rumbo en medio de una descomposición económica, política y social. Han aparecido nuevos nacionalismos e internacionalismo.

Los principios para la paz perpetua y la felicidad de los pueblos dependen de una estructura mundial, de un NUEVO ORDEN ECONÓMICO INTERNACIONAL en el cual impere la equidad, la justicia, el respeto a las soberanías y los derechos humanos.

Centro de Estudios Económicos y Sociales
del Tercer Mundo AC

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