Han transcurrido seis meses del nuevo gobierno. Se autodenominan “la cuarta transformación”. No permiten que sea la historia la que los ubique en su realidad. Desde ya se etiquetan. La soberbia les caracteriza. Piensan que llegaron para regenerar a la humanidad. Pero su ignorancia, incompetencia, ineptitud y arrogancia los exhibe a diario. No dan una. No hay un solo indicador oficial en el que haya mejoría. Son torpes para manejar la economía, para combatir la delincuencia y, la corrupción que tanto fustigan, es parte de su manera de conducir la administración pública.

Tenemos un presidente (con minúscula, otra vez) que se cree sus propias mentiras. Ante los datos duros del Banco de México, del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, del Instituto Mexicano del Seguro Social, del Instituto Mexicano para la Competitividad o, tras los dictámenes de las agencias calificadoras del riesgo crediticio, López Obrador sale con su cantaleta de que él tiene otros datos, que vamos “bien y de buenas” y que el país esta “requetebién”. En psicología se le llama mitomanía.

Andrés Manuel piensa que con su voluntad basta. Que sus deseos no solo son órdenes —ante un gabinete obsequioso, pequeño y pusilánime— sino que, por iluminación divina, habrán de convertirse en realidad. Sigue en campaña. Todos lo días realiza giras en las que se deja “apapachar” por el “pueblo bueno y sabio”. Dice cuanta ocurrencia surge de su ronco y rancio pecho, y la gente le cree y vitorea. Pierde tiempo en terminales aeroportuarias y se toma selfies con medio mundo. Es un hombre que no realiza reuniones serias de gabinete. Odia el rigor técnico. Le choca el saber y el conocimiento pues su naturaleza es la de un hombre que se mueve por el instinto y no por la ciencia. Su desprecio por la excelencia educativa lo exhibe desde el momento en que echa abajo una reforma educativa que privilegiaba la calidad a partir de la evaluación magisterial para devolverle privilegios a las mafias sindicales. Tardó 14 años en terminar una mediocre carrera en la Universidad Nacional Autónoma de México. No sabe siquiera expresarse con propiedad. “Es de que” se ha convertido en su estribillo. Se dice dueño de su silencio pero arremete contra todo aquel que le resulta incómodo. Sus conferencias mañaneras se han convertido en parodias de sí mismo. Varios de los paleros que asisten, debidamente instruidos por su incompetente coordinador de comunicación social, lejos de extraer del primer mandatario de la nación mensajes de altura, desnudan la pequeñez de unos y otro.

La reciente negociación con el gobierno de Estados Unidos los pinta de cuerpo entero. Ante una amenaza de imponer aranceles a nuestros productos de exportación, envió, como “la loca de la carretera”, al canciller de lentes polarizados a tocar puertas para ver si fueran tan amables de recibirlo. El resultado fue que la Guardia Nacional, recién creada, se convertirá en el muro que Trump prometió que construiría y que nosotros pagaríamos. Se salió con la suya. Mientras tanto, esta punta de incompetentes celebra en Tijuana la defensa de nuestra “dignidad nacional”. Y apenas van seis meses. Pobre país.


Abogado

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