Me ha preguntado tras un gesto solemne; “Oiga, ¿y usted tiene ideales?” Mi respuesta ha dejado aún más desconcertado a mi inquisidor: “Claro, que no... yo soy escritor”. Él pensó que bromeaba y prefirió dejar las cosas en paz. Yo insistí: “Los escritores no tenemos ideales, de lo contrario no podríamos escribir libremente”. Tiempo después recordé este intercambio de palabras y me arrepentí, pues creo que debí de responder de otra manera, ya que a cualquiera que le preguntes qué cosa son los ideales o las ideas se enredará tanto que terminará atado con su lengua y en el fondo de un río. Es más sencillo aceptar que uno tiene ciertas convicciones y que hace lo posible por defenderlas o hacerlas realidad. Prefiero creer —como lo escribe Peter Handke en La mujer zurda — que “como no hay espacio en este mundo, uno debe traerlo consigo”. Es uno quien se construye un espacio (convicciones, palabras, ideas, razonamientos, opiniones, etcétera) para llenarlo con su presencia: somos hacedores de mundo. El problema es que también seguimos siendo palabras, seres de palabra y entonces tenemos que elegir entre una frase y otra para darnos a entender. Hay quien dirá que sin palabras no hay convicciones, y algún otro le responderá que las palabras y las razones son posteriores a las nociones morales. Pero yo no entraré en tan sinuosos terrenos y le dejaré estas cuestiones a los filósofos, biólogos y lingüistas.

He hecho decir al personaje de una novela: “La única finalidad del moralista es escribir una nueva Biblia”. Tal cosa significa algo parecido a lo que Wittgenstein quería decir en su famosa conferencia de ética, dictada en 1965: si tenemos ideas sobre el bien y el mal tenemos que expresarlas y cuando lo hacemos nos encontramos con que no es nada sencillo y sólo estamos jugando con las palabras y adjudicándoles un determinado sentido. De manera que no nos queda más que hacer el ridículo y defender, como podamos, “nuestras” supuestas convicciones en un juego cuyas reglas desconocemos a profundidad. (El neurólogo chileno Francisco J. Varela ha dicho que “la evolución es un juego de oportunidades tomadas.”)

Con la frase “los escritores no tenemos ideales”, no me refiero a todos los escritores, sino a algunos que, como yo, poseen convicciones relativas, pero impulsos vitales fuertes. Siempre es un descanso que los otros tengan la razón y nos convenzan de sus intenciones o razonamientos. Si San Agustín se me apareciera, aun vestido de punk, y me dijera: “No salgas de ti, vuelve a ti, en el interior del hombre habita la verdad”, yo le respondería, “Don Tino, no comprendo bien qué me quiere decir, pero prometo leer más a fondo sus escritos y llegar a alguna clase de conclusión”. Al menos San Agustín escribió tanto que es posible responderle de esta manera, pero ¿qué se le dice a alguien que posee firmes convicciones y no las ha escrito? Mi consejo al respecto es: hay que escucharlo atentamente hasta donde sea posible y no nos amargue el hígado. En fin, como decía; a veces no logro contener mis impulsos, pero sí mis convicciones (éstas se hallan esperando siempre a ser modificadas).

Tal parece que las consultas públicas serán pan de cada día en los próximos años. Yo creo que es loable acudir a las personas y recaudar opiniones acerca de problemas y soluciones que van a alterar sus vidas.

Aunque también me imagino que votar es ya opinar de algún modo. Y al hacerlo depositas tu confianza en las decisiones y acciones de tu elegido. Ya si te quieren volver a preguntar sobre algo específico encontrarán la manera precisa para hacerlo legalmente y por medio de preguntas adecuadas y no a la San Agustín: “Busca en tu interior y decide si hay que fusilar a los banqueros”. “Entra en ti mismo y dime si los hospitales del IMSS deben dar atención humana a los seres humanos”. Si alguien me hiciera preguntas de estas características le diría: “Ya, déjame en paz. Voté por ti para que tomes la responsabilidad de decidir las acciones que mejorarán mis condiciones de vida. No me eches la bolita. Haz tu trabajo y yo haré el mío. Y no daré mi opinión sobre temas que desconozco”. Preguntar correctamente es muy complicado, y lo es más cuando se trata de preguntas de orden general. Me tranquiliza ser escritor y carecer de ideales. En general las personas dicen una cosa y hacen otra, se muerden y luego se besan, se insultan y después andan partiendo un piñón (como se decía antes). El niño Mohamed huye de su casa de Tánger porque, en medio de tanta desazón, detesta la relación entre su padre y su madre (esto sucede en El pan a secas, la novela de Mohamed Chukri). De día sus padres se insultaban y él incluso la golpeaba a ella; pero de noche reían y terminaban abrazados, entrelazados en la cama: se reconciliaban. ¿Tenían ideales? Tal parece que no; sólo sobrevivían.

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