Yésica Antonio Rosas es contadora de profesión y se desempeñaba en un despacho privado; tenía suficiente tiempo para convivir con su esposo e hija. Pero un día una amiga le comentó de una vacante en el Ejército y decidió probar suerte.

Desde hace año y medio labora en las oficinas principales de la VIII Región Militar, con sede en Santa María Ixcotel, agencia del municipio de Santa Lucía del Camino, cercano a la capital. Lo primero que le llamó la atención fueron las prestaciones salariales.

“Analizando todas las opciones, las prestaciones, decidí que era una buena opción para crecer profesionalmente y entré sabiendo que iba a ir a un adiestramiento, fue arriesgarme a un cambio drástico de vida, por toda la disciplina que representa”, platica.

Actualmente es cabo auxiliar ayudante de contabilidad y trabaja en la pagaduría del cuartel militar; pasó dos meses lejos de su familia por el entrenamiento; las actividades iniciaban a las cinco de la mañana y concluían a las 10 de la noche, con una fatigante faena que incluía ejercicios con uniforme y arma.

“Es pesado pero no imposible, aquí encontré amabilidad y compañerismo, se trabaja en equipo, somos parte de una sección donde todos debemos sacar el trabajo adelante”, dice.

Ahora los roles familiares se cambiaron, pues entra a las siete de la mañana y sale a las dos de la tarde pero muchas veces cubre guardias vespertinas; su marido es quien tiene que llevar a la pequeña de cinco años a la escuela y encargarse de la alimentación.

“Antes me dedicaba 100% a mi familia; iba por mi hija a la escuela, la traía, pero ahora es más difícil. A veces en las tardes tengo un poco de tiempo, siempre que no me toque la guardia de servicio”, añade.

Remarca: “La disciplina está muy marcada. Pero es sólo un trance para acostumbrarse de la vida civil a una en el Ejército. No es imposible, se puede salir adelante”, expone.

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