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Alejandro Martínez tenía 42 años cuando decidió ser artista. No fue una decisión improvisada, había pasado los últimos cinco años experimentando con un tinte natural con siglos de historia y contaba con una trayectoria de 25 años como impresor que lo respaldaba. El cambio no fue fácil.

La primera vez que Alejandro pensó en dejar la serigrafía comercial para migrar al arte fue en 2008, cuando escuchó sobre la grana cochinilla, un tinte tradicional oaxaqueño. En ese entonces, con 37 años, había regresado a la universidad para estudiar diseño gráfico y fue ahí donde tuvo el primer contacto con ese pigmento.

Curiosamente, el acercamiento fue resultado de un taller que nunca se dio, porque a sus compañeros jóvenes no les importó aprender un procedimiento de entintado natural de los de antes, un procedimiento que a él, serigrafista, le obsesionó por completo.

Mientras sus compañeros aprendían procesos digitales, Alejandro decidió que aprendería a pintar con insectos.

Cuando la universidad canceló el curso de grana cochinilla, Alejandro buscó la forma de contactar a Beatriz Loreto, la maestra chilena que lo impartía, para llevarse el curso a su taller. Ahí montó un par de sesiones a las que asistieron sólo cinco de los 30 inscritos originalmente. Nació así el universo rojo carmín que se ha convertido en su sello y que lo ha impulsado a retomar una técnica prehispánica para mostrarla en países como Argentina, Costa Rica y Estados Unidos.

Ahí, también, comenzó a dibujarse el camino que lo llevaría a debutar como artista cinco años después.

Tinte olvidado. La grana cochinilla es un pigmento que se obtiene de un zancudo, un insecto parásito que se alimenta de la baba del nopal. De su cuerpo seco se obtiene el ácido carmínico, un colorante rojo intenso utilizado como tinte de textiles, cosméticos y hasta de comida, pero cuyo uso en el arte entró en decadencia desde la colonia, pues se priorizó su uso comercial.

Para conseguir la tintura es necesario contar con una penca de nopal invadida de diminutos insectos ocultos en sacos blancos. Durante 90 días la plaga se propaga, hasta que el nopal está infestado. Después de ese tiempo los insectos se desprenden con cuidado para exponerlos al sol. La intemperie los deshidrata y los seca. Una vez sacrificada, la cochinilla adquiere un color plateado o negro, parecido a un grano de café o a una pequeña roca. Para obtener el pigmento, los insectos se trituran hasta convertirse en un polvo de color púrpura. Luego de este proceso, por cada penca de nopal se obtendrán dos gramos de tinte.

Aunque actualmente la grana cochinilla tiene demanda internacional, lo primero que se piensa de ella es en su pasado indígena. Es por esa razón que Oaxaca siempre ha sido la cuna natural de este pigmento, lo mismo en Teotitlán del Valle, con su tradición textil, que en poblados de la sierra donde se produce de forma artesanal. A pesar de ello, la grana se había mantenido alejada de expresiones artísticas diferentes a telares y bordados, hasta que una nueva generación de artistas recuperó el tinte olvidado y lo hizo el protagonista de sus obras. Alejandro Martínez es uno de ellos.

Crónica. El alquimista que escogió pintar con insectos
Crónica. El alquimista que escogió pintar con insectos

100 árboles. Alejandro pinta árboles, árboles rojos de ramas largas y raíces oscuras. Los pinta desde que inició su etapa como artista. Los ha plasmado en materiales como madera, resina, y tela. Siempre con grana. Dice que los pinta porque, cuando era niño, cada que viajaban sus padres traían un árbol diferente, originarios de la región que visitaban. “Esa tradición se quedó en mi recuerdo, pintar árboles era poder darle un tributo a mis padres”, narra.

Así inició su obra, con la idea de crear 100 arboles distintos que le recordaran a los de su infancia. Cuatro años después, Alejandro dice que ha perdido la cuenta de sus piezas pero que calcula que ha realizado al menos mil, con las cuales ha montado 30 exposiciones individuales y colectivas que lo han convertido en un referente de la técnica.

Para pintar con grana lo primero que hace Alejandro es triturar el insecto. Dice que los compra ya seco a un precio de mil pesos el kilo. El lugar donde lo consigue es Tlapanochestli, un centro especializado en Santa María Coyotepec, una comunidad que se ha convertido en productora del tinte luego de que en los años 70 estuvo apunto de extinguirse su extracción. Ya con el polvo molido, Alejandro va agregando agua o alumbre, para diluir el ácido carmínico y así obtener los tonos rojizos que habitan su creaciones. La intensidad del color dependerá de qué tanto se disuelva el tinte. Se trata, describe, de un trabajo de alquimista.

“Lo que me gusta de la técnica es que yo preparo mis colores, algo que se ha estado olvidando. Es un tinte natural, es algo que debemos conservar porque no está utilizando ningún tipo de plástico; dependiendo de la cantidad que voy poniendo de cada uno de los ingredientes puedo obtener el color que a mí me gusta. Es una receta que tengo bien establecida”, explica Alejandro.

Universo rojo. Como resultado de esta experimentación, el oaxaqueño ha encontrado 15 variaciones distintas del rojo carmín. Esas tonalidades pueden ir desde una purpura oscuro, pasar por un rojo brillante o perderse en matices rosas apenas perceptibles. Precisamente es esa gama de rojos lo que ha destacado la obra de este pintor y lo que ha permitido compartir sus hallazgos con artistas jóvenes. También fue esa originalidad la que lo puso en el radar internacional; tanto que estudiosos de la grana, como el oaxaqueño Huemac Escalona, hablan de su trabajo en países como tan distantes como España, pues sus piezas se conocen en ambos lados del océano.

Enseñar lo de antes. La historia de Alejandro es la de un hombre testarudo. Lo dice por primera vez cuando se le pregunta por qué alguien pasaría cinco años jugando a encontrar variaciones de color nacidas de triturar insectos y lo repite cuando se le pregunta porque se empeña en que los niños se interesen en jugar con la grana.

“Yo he sido, tal vez, el más testarudo, si les preguntas a otros artistas te van decir: yo ya trabajé con la grana; no me gustó. Pero ellos nunca tuvieron los resultados adecuados que buscaban. En mi caso fue buscar, intentar, experimentar y romper con los esquemas que de alguna manera la plástica te marca”, expresa.

Alejandro dice que fue precisamente esa experiencia autodidacta la que lo llevó a querer enseñar lo que sabe sobre el tinte, como una forma de agradecer a las comunidades que hace cuatro siglos producían el pigmento, tradición que muchas de ellas han perdido.

Este empeñó por difunfir el arte con grana se materializó en una serie de 15 talleres en países como EU, Arrentina y Costa Rica, que inciaron en Quiegolani, una comunidad de la sierra sur de Oaxaca, donde trabajo con casi 100 niños indígenas y con los que busca revitalizar el uso de la grana entre las nuevas generaciones.

Ahora, Alejandro expone su trabajo en un tono didácto con su exposición “Jugando con grana”, un recorrido por su obra y que incluye siete trompos monumentales intervenidos en diversas tonalidades de la tintura y que se expondrá durante todo el mes de marzo en la Hosteria de Alcalá, la ciudad de Oaxaca.

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