Tijuana

El hotel, para ser precisos una serie de cuartos de madera resanados con lonas a ras de calle, está repleto: 20 personas de piel color cobre ríen, gesticulan con las manos y fruncen el ceño. Su voz estruendosa resuena por todo el callejón donde está situada la posada. En Tijuana, al norte de México, esta escena se ha vuelto habitual: afrocaribeños por aquí y por allá. Un elegante francés rivaliza con el sonido de los motores averiados de autos de la zona norte, un barrio que colinda con el muro fronterizo de Estados Unidos.

Todos los días desde hace cinco meses una marabunta de vendedores ambulantes mexicanos han acrecentado sus finanzas: pollo frito, tacos de carne asada o un boletito para una cita con migración. Tijuana es la nueva Puerto Príncipe de los haitianos exiliados, pero se hacen pasar como africanos, principalmente del Congo.

Desde el 22 de abril de 2016, más de dos mil haitianos han llegado a la ciudad norteña para cruzar a Estados Unidos. Huyen de la crisis económica de Brasil, Ecuador y Venezuela, países donde habían obtenido asilo humanitario cuando tembló.

Hace seis años a las 04:53 un terremoto que duró 38 segundos mató a más de 300 mil personas en Haití. Los que sobrevivieron acabaron hacinados en las calles de la capital, Puerto Príncipe, buscando entre los escombros agua y comida. A casi cinco mil kilómetros de distancia sus condiciones de vida, no son tan distintas.

Los que llegaron sin nada, se han asentado en refugios temporales donde comparten un cuarto con otros 120 compatriotas. Los que reunieron un poco de dinero viven en cuarterías, una especie de favelas, donde pagan 600 pesos semanales por un espacio en el piso.

Esperan un boletito para obtener una cita con la oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en inglés) y contar su historia; así podrán llegar a Florida, entre otros sitios, y reunirse con sus familias.

Fenómeno en ascenso

En abril de este año, Patrick Murphy, un sacerdote estadounidense, director de la Casa del Migrante en Tijuana, viajó a un albergue en ciudad chiapaneca de Tapachula. Recuerda que vio a mucha gente que parecía venir de África. “Que barbaridad cuanta gente viene de allá”, se angustió al pensar en las dificultades que enfrentarían en aquel refugio.

Cómo iba a imaginarlo: una semana después todos estaban llegando a Tijuana, dice el sacerdote. Recuerda la fecha exacta: el 26 de mayo por la noche llegó el primer camión. Esa semana todos los migrantes se presentaban como originarios de la República Democrática del Congo. Sin embargo, al ser interrogados parecían saber muy pocos datos de África. Trajeron dos voluntarios de Estados Unidos que hablaban francés para conocer la historia.

Cuando la tierra tembló en Haití, miles de personas recibieron asilo humanitario en países como Brasil, Venezuela y Ecuador. Los primeros años fueron empleados por empresas de construcción, más tarde la crisis económica los hizo emigrar nuevamente.

El sacerdote cuenta que las redes sociales fueron determinantes en el proceso de migración. Un primo vino a trabajar a Estados Unidos; otro amigo colgó una foto en las redes sociales en una playa de Miami, Florida. Empezaron a acogerlos y a ofrecerles trabajo y eso los animó.

La Coalición Pro Defensa del Migrante, que agrupa a cuatro albergues en Baja California, ha documentado la llegada de 500 haitianos que se presentaron como africanos y no tienen para costear un hotel. Sin embargo, al momento de arreglar la documentación para su petición de asilo humanitario, sólo cuatro personas lograron acreditar que eran originarios de El Congo y Nueva Guinea.

“Ahora cuando llegan y se presentan ‘soy de El Congo’, les decimos a manera de broma sí ¡vienes de elcongohaití!”, ríe el sacerdote. Los haitianos saben que es fácil deportarlos a su país de origen por su cercanía, en cambio si mienten, las autoridades mexicanas no gastarán en enviarlos a África.

Desde mayo albergan entre 50 y 100 personas a diario. También han detectado que la mayoría llegó de Sudamérica pagando unos dos mil dólares.

El fenómeno es crítico y grave, considera, y las autoridades del Instituto Nacional de Migración están ignorando esta nueva situación.

Mienten para viajar

Elisthene Jean habla un poco de español; su idioma natal es el francés. Es un hombre chaparrito de piel color chocolate. Siempre sonriente, siempre creyente en Dios. Tardó semanas en llegar a Tijuana. Duerme en un refugio para migrantes porque a diferencia de otros compatriotas no tiene parientes en Estados Unidos que costeen su viaje.

Vivía en Ecuador, pero otro temblor lo sacudió: “tuve que irme, se acabó el trabajo y tengo que ayudar a mi familia y salir adelante”. El camino sería largo: su mejor amigo salió de Ecuador para trabajar en Houston, lo invitó y le ofreció un pequeño departamento para vivir. Tendría que viajar durante semanas. En Haití sólo comía una vez al día así que regresar a su país no era opción.

De Ecuador a Colombia se fue en autobús, de ahí pagó para llegar a Panamá, caminó cuatro días y medio. Subieron montaña y en el camino murió un hombre por picadura de una culebra; después Costa Rica y ahí se cuenta la peor parte de la historia. Hay que caminar cuatro días por los montes hasta Nicaragua, donde hay que pagar una cuota de extorsión obligatoria.

Elisthene Jean llegó a Tapachula hace una semana, lo asaltaron, robaron su dinero y su celular. “Pero gracias a Dios no me quitaron la comida y por eso no morí”. Recuerda que desde Centroamérica otros haitianos le recomendaron que cuando llegara a México tenía que presentarse como africano. “Me dijeron tienes que decir que vienes del Congo, así me presenté. México no es ruta para los haitianos, es para los que más necesitan refugio y la gente de El Congo es prioridad”, explica.

Aunque el haitiano habla español, en la estación migratoria sólo se comunicó en francés, para que no descubrieran que realmente nació en el Caribe. En el trayecto ha gastado mil 800 dólares, pero sabe que sus probabilidades de llegar a Estados Unidos son altísimas.

Desde abril unos tres mil haitianos han solicitado asilo humanitario a Estados Unidos; hasta la fecha la Coalición Pro defensa del Migrante y otros refugios ha documentado que la mayoría permanecen en aquel país.

Cifras históricas

En entrevista con EL UNIVERSAL, el delegado en Baja California del Instituto Nacional de Migración, Rodulfo Figueroa, asegura que no hay mala voluntad: no se deporta a los ciudadanos de Haití porque no hay manera de acreditar de dónde son originarios. Entonces ¿a dónde se les deporta?, dice. Explica que aunque no existe una estadística exacta porque es difícil corroborar las nacionalidades, han llegado a Tijuana alrededor de dos mil 700 personas no mexicanas para solicitar refugio a Estados Unidos. Es una población flotante pero permanente en número, explica, entre 200 y 250 extranjeros.

“Ya serán ellos quienes decidan cómo retornarlos a su país”, señala y confirma que primero se presentan como ciudadanos de países como El Congo. Tampoco seria viable, dice que permanezcan en las estaciones migratorias, por ello se optó por otorgarles un oficio de salida para que en un periodo no mayor a 20 días inicien su trámite de regularización en territorio nacional o en su defecto abandonen el país.

Migrantes haitianos y personal de la Coalición Pro Defensa del Migrante revelan que en las últimas dos semanas el gobierno de EU decidió frenar la entrega de fichas; todos los días desde que inicio el éxodo de haitianos entregaban entre 80 y 100 números, para que asegurar una entrevista y decidir sí les otorgaban asilo.

Hasta el 12 de septiembre entregarán fichas y entrevistarán a más haitianos. Sin embargo, ha comenzado a proliferar un negocio: la venta de números para la entrevista, cuyo costo es de hasta 500 dólares.

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