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Los Ángeles
Aquella tarde en que Isidora sostenía el teléfono pegado a su oído, la congoja se anudó en la garganta de la mujer. Escuchó la noticia con atención y durante la conversación se limitó a emitir sonidos guturales. Había que contestar en menos de cinco segundo con un sí o un no. Isidora López Venegas —mexicana, chaparrita, 50 años— dudó. Todos los pensamientos del mundo revolotearon en su cabeza como mariposas.
Su voz fue dulce, pero indudable: “Sí”.
A Isidora, una migrante deportada, le planteaban al otro lado del teléfono la posibilidad de regresar a Estados Unidos. Con esa respuesta, la mujer se convertiría en la primera inmigrante en enfrentar al gobierno y al Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos.
—Imagínate, te dicen que existe una pequeña posibilidad de regresar a Estados Unidos con tus hijos, pero te advierten que te vas a enfrentar contra el gobierno, contra la Policía Fronteriza, contra el sistema. Me asustó —recuerda.
Iría contra el gobierno de Estados Unidos por deportarla sin el debido proceso: durante la detención le negaron el acceso a un abogado. También fue obligada a firmar su “deportación voluntaria” o de lo contrario su hijo, ciudadano estadounidense, sería puesto en adopción.
Las posibilidades eran pocas: iniciaría un juicio que podría negarle todas las posibilidades de regresar a Estados Unidos. Aun así, en octubre de 2013 se demandó a las dependencias que integran la agencia de seguridad nacional: Patrulla Fronteriza, Homeland Security, el Buró de Emigración e Inmigración y Control de Aduanas de Estados Unidos.
Por la puerta grande
El 15 de septiembre, un día antes de la conmemoración de la Independencia de México, llovía. En Tijuana nunca caen tormentas, pero ese día las gotas de agua pegaban como granizo; la garita para ingresar a Estados Unidos lucía inusualmente vacía.
Esa tarde sería histórica, y no sólo por la tormenta tropical que azotaba la frontera: un grupo de cuatro mexicanos se convertían en los primeros inmigrantes en la historia de Estados Unidos, que luego de ser deportados reingresaban al país “por la puerta grande”.
Habían ganado una demanda contra el gobierno estadounidense por deportarlos a través de intimidaciones. Fueron amenazados con quitarles la custodia de sus hijos, si no firmaban su deportación voluntaria.
Sonrisas, ropa empapada, todos hacían referencia a los apellidos López Venegas.
—La mera verdad no sé quién es, creo que fue una señora. Pero así se llama el acuerdo al que me acogí para regresar a Estados Unidos —decía uno de los mexicanos que estaban a metros de regresar con su familia, después de que un juez fallara a su favor.
No sabía con exactitud de quiénes eran esos apellidos, aunque sí sabían que ése fue el nombre del acuerdo al que se apegaron para regresar a Estados Unidos. No sabían que Isidora López Venegas era una inmigrante como ellos, que había enfrentado al sistema, sentando el precedente para su regreso.
—Ora sí que muchas gracias a ese señor López Venegas, que luchó por todos los inmigrantes —decía tiritando de frío, pero con una sonrisa panorámica, otro de los mexicanos en la fila que por fin podría regresar nuevamente a la Unión Americana.
“Me acorralaron”
A mediados del siglo pasado, la señora Ignacia López Venegas, una jornalera de surcos escarbados en la cara por el sol, llegó a un poblado de vistas enormemente vacías: San Quintín, localizado al sur de la cabecera municipal del puerto de Ensenada.
Abandonó Sonora en busca de trabajo. En ese entonces, los campos agrícolas de Baja California reclutaban a miles de jornaleros con la promesa de un terreno o una casa. Así llegó doña Ignacia y ahí nació Isidora. Sin padre que la reconociera, la niña fue bautizada sólo con los apellidos de su madre “López Venegas”.
En los años 80 estudiaría en la Escuela Normal Superior y se trasladaría a la ciudad de México. Los problemas económicos y una nueva relación la llevarían a abandonar la docencia, y a cruzar a Estados Unidos.
—Cuando era maestra, por las tardes no tenía mucho que hacer, así que tomé un curso para estilista. De verdad nunca imaginé que eso me iba a servir tanto en EU —ríe Isidora.
Su historia en Estados Unidos, dice, se resume así: llegó con sus dos hijas de 10 y nueve años. Luego tendría un niño, nacido en ese país; el único ciudadano estadounidense. Los días de Isidora se fueron durante casi 20 años en atender a sus hijos, hacer cortes y teñir el cabello.
La felicidad de Isidora fue tan frágil como cristal: se rompió en tres cuadras. El 14 de agosto de 2012 celebraba que abriría, asociada con una amiga, un salón de belleza sobre la calle Imperial en Chula Vista, California.
La celebración sería en un restaurante de comida salvadoreña, a tres cuadras del recién inaugurado salón de cortes de cabello. Subió a su camioneta acompañada de los tres hijos, pero fue detenida por un auto.
—Me detuvo un hombre vestido de civil, y nos rodearon otros tantos. Le pregunté quién era y me enseñó su logo: era la Patrulla Fronteriza. Me pidió mis papeles de identificación, no tenía e inmediatamente nos llevaron a un centro de detención —recuerda.
Durante la detención de Isidora los oficiales fueron contundentes: o firmas en este momento tu deportación voluntaria, o si no, nos llevamos a tu hijo y lo ponemos en adopción. Me acorralaron. Firmó.
La batalla
Isidora acabó tomada de la mano de su hijo de 10 años, y en un teléfono público de Tijuana. Apretando los labios para contener el llanto, y con latidos acelerados en su corazón localizó a sus hijas que fueron trasladadas a un centro de detención en Texas.
—Mis hijas duraron tres semanas en detención y fueron liberadas, y yo regresé a Ensenada, donde me prestaron unos familiares una casa —relata.
Nunca se resignó, pero tenía que alimentar a su hijo, así que retomó su carrera como maestra, cubriendo interinatos.
Un año después recibió una llamada que, sin imaginarlo, definiría la vida de decenas de migrantes. La Unión de Libertades Americanas (ACLU, por sus siglas en inglés) había detectado que la Patrulla Fronteriza había realizado deportaciones que violentaban los derechos de los migrantes y buscaban un caso que representar por los abusos cometidos.
—Me dijeron que me tenía que enfrentar a Migración, yo pensaba “hay que ganarle a Migración; no, no está muy difícil”.
Isidora ganó la demanda: un juez federal de Estados Unidos decretó que el proceso de deportación había sido violentado por la Patrulla Fronteriza. Falló a su favor, y se convirtió en la primera mexicana en entablar una demanda de ese tipo, ganar y regresar a Estados Unidos.
—Me siento muy contenta, me siento bien orgullosa de que otras familias puedan estarse uniendo, que tengamos una nueva oportunidad —dice la mexicana, chaparrita, de piel color cobre, párpados delineados, con el cabello perfectamente cortado.
Isidora es la primera mexicana deportada que se enfrentó a un sistema que anualmente deporta a más de 200 mil mexicanos que probablemente nunca podrán regresar a Estados Unidos.
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