La diplomacia mexicana de estos primeros cien días de gobierno ha estado marcada por la soledad. México está sumergido en el aislamiento, apartado de la concertación diplomática con la gran mayoría de América Latina y una política enfocada en minimizar cualquier posible fricción con Estados Unidos.

Ante la severa crisis por la que atraviesa Venezuela, la posición de México se limitó a invocar los principios constitucionales y, de la mano, marcar distancia con el Grupo de Lima, con Canadá y con la Unión Europea. Se pudieron ensayar otras fórmulas, como intensificar el diálogo en vez de mantenerse al margen de las discusiones. Se pudo intentar el fortalecimiento de la vía diplomática y la búsqueda de respuestas colegiadas para restaurar la concordia en ese país. Pero, a cambio, se optó por adoptar una postura refractaria y carente de aliados para impulsar alguna iniciativa.

Podría argumentarse que, como fruto de esa postura, se han abierto nuevos caminos y cimentado nexos promisorios con China y Rusia, con Cuba y con Bolivia o Nicaragua, pero tampoco ha sido el caso. No cambiamos de club; más bien nos quedamos sin club.

Frente a Washington, la estrategia ha consistido en no contestar ni presentar nuestro punto de vista a lo que allá se dice y hace, pero que igual nos afecta. Por una decisión de ellos, al retrasar o cancelar los juicios para el otorgamiento de asilo, nos quedamos indefinidamente con los migrantes centroamericanos. Nuestras poblaciones en la frontera, en Tijuana o en Reynosa, desconocen si van a llegar más caravanas, si deben hacerse a la idea de adoptarlos de manera permanente o qué se está negociando a cambio con Estados Unidos.

Más tarde, para conseguir los fondos que necesita para el muro, el presidente Trump declaró a la frontera en estado de emergencia nacional. Los demócratas y buena parte de la sociedad civil de Estados Unidos han rechazado que exista dicha condición de emergencia en la zona. Mientras tanto México, la parte más afectada en su prestigio y su imagen por esta declaratoria, se ha abstenido de refutar esos argumentos, como si en verdad la franja fronteriza atravesara por una crisis mayor, como si el comercio hubiera dejado de fluir o se hubieran cerrado los cruces. Cualquier extranjero que se quede con los pronunciamientos de Trump y el silencio de México, llegará a la conclusión de que nuestra frontera es en verdad una zona de desastre. Sabemos que eso es falso, pero hay que decirlo.

Atender como prioridad los asuntos internos de México no está reñido con el despliegue de una diplomacia que nos abra opciones en el mundo. Más bien al contrario: en la medida en que multipliquemos los convenios, las asociaciones, las alianzas y los intercambios con el exterior, la tarea de enfrentar los desafíos internos será más sencilla.

Internacionalista

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