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Los casos de abuso sexual cometidos por integrantes del clero católico alrededor del mundo se dejaron crecer y con los años devinieron en reclamos organizados por las víctimas. El problema aumentó a tal magnitud que el Vaticano encabezó el fin de semana pasado una histórica cumbre contra la pederastia. El papa Francisco se comprometió a poner fin a la situación “con medidas concretas y eficaces”.
México no ha sido ajeno a ese tipo de situaciones. Hoy EL UNIVERSAL publica que la Conferencia del Episcopado Mexicano realizará entrevistas a los aspirantes a ingresar a los seminarios para detectar a potenciales agresores desde antes de comenzar la carrera sacerdotal.
Los jóvenes tendrán que acreditar una serie de exámenes psicológicos y durante su formación un grupo de especialistas dará seguimiento a su conducta.
La medida es digna de encomio sólo si constituye el primer paso de varios que tendrían que ser adoptados. El Episcopado no puede apostar a que instalar un filtro de ingreso será suficiente. Se requiere también de protocolos para prevenir casos de abusos de quienes integran el clero, así como para reaccionar ante ese tipo de situaciones.
Ante los primeros indicios de un caso de abuso sexual cometido por un sacerdote, la práctica usual ha sido minimizar o encubrir el hecho y separar de su parroquia al acusado para trasladarlo a otro templo, a otra ciudad o incluso a una casa de retiro o de rehabilitación. El cúmulo de abusos documentados tanto en México como en otras naciones obligan a modificar ese tipo de respuesta.
Para el Vaticano tratar estos temas de manera pública no debió ser fácil, pero seguir ignorándolos podía volverse en su contra. Distintas voces en la Iglesia han aceptado que se trata de un tema que “duele y avergüenza”.
Por años, las víctimas fueron atacadas, revictimizadas, silenciadas, pero ahora se encuentran en una posición desde la que exigen hechos para combatir y erradicar el problema.
Es grande el daño hecho a miles de personas. La solución a la pederastia clerical no debe estancarse en exámenes psicológicos. La oportunidad de presentar una cara distinta a los afectados, a la feligresía y a la sociedad es única. Como el Papa lo sugirió: es momento de ponerse del lado de las víctimas y no de los agresores.
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