En 1965, el mismo año que publicó Los relámpagos de agosto, su novela que este año está cumpliendo medio siglo, el escritor Jorge Ibargüengoitia solicitó la beca del Centro Mexicano de Escritores (CME) con la propuesta de trabajar tres proyectos literarios: terminar el reportaje El libro de Las Poquianchis; dar forma a un libro de 12 cuentos cómicos escritos en primera persona; y empezar una nueva novela que tendría a su padre como protagonista y sería “el reverso de la medalla” de su recién publicada Los relámpagos de agosto; ahora abordaría la  Revolución Mexicana desde la “gente decente”.

A sus 37 años, Jorge Ibargüengoitia Antillón fue rechazado por el Centro Mexicano de Escritores porque ya había gozado del apoyo durante dos periodos: 1954-1955 y 1955-1956. En la solicitud de la beca que se encuentra en el Archivo del Centro Mexicano de Escritores que está resguardado en el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México, el escritor mexicano habla de su proyecto de novela y dice: “lo más probable es que la novela resulte cómica y no me importa que me ataquen de costumbrista, ni de realista”. Asimismo argumenta ampliamente las novedades en el caso de Las Poquianchis, que años después terminó en la novela Las muertas que publicó en 1977; y también delínea el libro de cuentos que no trabajó.

En el Expediente Jorge Ibargüengoitia que revisamos se encuentra el convenio que sostuvo el escritor nacido en Guanajuato, el 22 de enero de 1928, con el Centro Mexicano de Escritores, en agosto de 1954, cuando tenía 26 años.

En dos cuartillas firmadas por el narrador se plantea que a partir del 1 de septiembre y durante 12 meses, se le entregaría la cantidad de mil 75 pesos de beca, a cambio de que él se comprometiera a “dedicar todo su tiempo al trabajo que realice bajo la beca” y a asistir, dos veces por semana, a las reuniones en el CME.

De su paso por ese centro de formación, impulsado por el Instituto México-Norteamericano de Relaciones Culturales, que se ubicaba en Hamburgo 115, Jorge Ibargüengoitia escribiría en un artículo publicado en la Revista de la Universidad, en diciembre de 1962. En el texto titulado “¿De qué viven los escritores?”, el autor de Dos crímenes, Las muertas, Los pasos de López y Estas ruinas que ves, cuenta:

“Durante la primera parte de 1954 viví de los $480 que me pagaban por mis clases y los $100 que me daban a veces en la Universidad por sustituir a Usigli; luego en septiembre, me gané la beca del Centro Mexicano de Escritores y montaron Susana y los jóvenes, que me produjo mil pesos de derechos. En esa época pagaba yo 50 pesos de renta, así que con los mil o mil 500 pesos que hacía cada mes, podía vivir en la opulencia. Así pasó un año. En 1955, me becó la Rockeffeller en Nueva York. brindándome de esa manera, no sólo la oportunidad de ver otras tierras, sino de poder comprarme camisas cada vez que mediara la gana. Cuando regresé de los Estados Unidos, me encontré con que el Centro Mexicano de Escritores estaba tan satisfecho con mi actuación que había decidido concederme otra beca. Aquí fue cuando empezó mi neurosis. Se me ocurrió hacer un poco de ascetismo. Dejé mis clases y otras actividades y me reduje a vivir con la beca del Centro.”

Como constancia del trabajo literario desarrollado con la beca, hay en el expediente de Ibargüengoitia los mecanuscritos de tres obras de teatro: Tres piezas en un acto, fechada en San Roque, su pueblo natal de Guanajuato, en marzo 15 de 1957; El tesoro perdido, sin fecha de escritura; y la versión en inglés de Clotilde en su casa o Adulterio exquisito.

Entre la narrativa y el reportaje. El 4 de agosto de 1965, Ibargüengoitia dirigió a Felipe García Beraza, secretario del Centro Mexicano de Escritores, “una solicitud extemporánea para una beca, de las grandes, para escritores menores de 40 años”, que dijo “buena falta le hacía.

En su exposición de motivos, Ibargüengoitia aseguró que con la beca podría terminar el reportaje sobre Las Poquianchis que había comenzado a escribir en 1964: “He descubierto algunas irregularidades bastante notables en el proceso” por lo que requiere entrevistar a nuevos personajes. “Necesito entrevistar a Las Poquianchis en la cárcel de Guanajuato, el Gran Tadeo, al Capitán Águila Negra, al juez don Timoteo, a alguna de las prostitutas que dizque habían estado prisioneras, y a un señor que localicé el otro día y que era cliente asiduo de las Poquianchis”.

También tenía el plan de terminar un libro de 12 cuentos, de los cuales ya tenía cuatro, decía, muy buenos. “No sé si podré terminar este libro en el transcurso de un año, porque yo escribo un cuento en dos o tres días, pero en toda mi vida no se me han ocurrido más que seis. Sin embargo, estoy seguro de que proponiéndome pueden ocurrírseme bastantes temas.”

El narrador vivía un buen momento, acababa de publicar Los relámpagos de agosto, que cita en su solicitud cuando habla del proyecto de la novela sobre su padre, a quien nunca conoció: “Es el reverso de la medalla de la otra novela que acaban de publicar. Esta contiene a la Revolución vista por la ‘gente decente’. Mi padre era un absentee landlord y un licenciado en leyes que nunca ejerció”.

Esa novela no llegó a escribirla, lo más autobiográfico que hizo fue La ley de Herodes, su único libro de cuentos con historias de humor negro.

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