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“Es Zúñiga”, alegó el vendedor tomando la escultura y dándole la vuelta como quien busca convencer con sus argumentos: “Mire atrás: tiene la firma. Es la cuatro de 10; es del 74”.

El vendedor, en su local de la Lagunilla, ofrecía el pasado domingo otros “Zúñigas” de mayor tamaño. Tenía un par de esculturas de poco más de 30 centímetros de altura y una tercera de medio metro; las primeras a 6 mil pesos cada una, la otra a 7 mil; prometió una cuarta del mismo artista, de casi un metro, para el próximo domingo.

“Sólo vendo lo que ahí dice”, respondió otro vendedor, también en La Lagunilla, cuando se le preguntó por la autoría de esculturas, dibujos, pinturas y obra gráfica que imitaba los estilos de Dr. Atl, Frida Kahlo, Jorge Marín, Leonora Carrington, Diego Rivera y Vicente Rojo. Los precios aquí eran de unos 2 mil pesos en el caso de dibujos y gráficas, y de 3 mil la escultura que pretendería ser un Ícaro de Marín.

Un día antes, en un pasaje de la Zona Rosa, la escena fue similar:

—¿De quién es?

—Es copia de Fernando Botero.

—¿Cuánto cuesta?

—18 mil

—¿Y aquel?

—De Marín, 30 mil.

En tianguis de México, como el de los Sapos en Puebla, en el Centro Histórico de Oaxaca, en la Avenida Álvaro Obregón, en el camellón de Reforma-Lomas, en La Lagunilla, en San Ángel y en la Zona Rosa de la Ciudad de México se venden obras falsas, sobre todo esculturas, de artistas como Jorge Marín, Leonora Carrington, Fernando Botero, Francisco Zúñiga, Ricardo Ponzanelli, Javier Marín y José Luis Cuevas, de quien cada tanto aparecen pequeñas Gigantas.

Los argumentos de los vendedores, con los cuales se quieren adelantar a cualquier cuestionamiento sobre la autenticidad, se caen fácilmente: tener una firma no basta pues como las obras mismas éstas se copian; tampoco han funcionado los certificados: “abajo de la base tiene un certificado de autenticidad”; éstos igual se reproducen. La firma que garantiza el Zúñiga se “cae” si se toma en cuenta el precio de una de sus obras en casas internacionales, por ejemplo, en 2014 una escultura de 45 centímetros de este artista costarricense se vendió en Sotheby’s en 37 mil 500 dólares.

El vendedor en la Zona Rosa se cuida aclarando al comprador que las suyas son copias, pero entonces ¿por qué un caballo que es copia de uno de Botero cuesta 18 mil pesos y un ángel que es copia de Marín, 30 mil pesos? Aunque diga que son copias hay una apropiación de la idea del artista.

Aunque el pasado fin de semana se podían ver algunas de estas piezas, los dos allanamientos del 29 de septiembre en bodegas de Iztapalala e Ixtapaluca (estado de México) causaron que muchos vendedores de obras falsas no exhibieran toda la mercancía que habitualmente ofrecen en los tianguis. Los domingos en La Lagunilla, por ejemplo, son muchos los puestos y muchas las piezas falsas puestas a la venta incluso en el piso. Se ofrecen como auténticas, pero en realidad son falsificaciones y si su venta campea es, entre otras cosas, porque no hay una legislación que detenga este tráfico ilegal.

Una buena parte del mercado del arte no se realiza con los estudios de los artistas o con sus galerías autorizadas; el coleccionista no siempre busca informarse con el propio artista, con el que está autorizado para certificar; en gran medida, en el mundo del arte se vive a la caza de ofertas.

Entre las acciones emprendidas por artistas se ha acudido a la creación de catálogos en línea, a la difusión desde los propios espacios en la red para que los coleccionistas no adquieran obra no auténtica. Pero lo más importante es que se contara con una legislación.

Una legislación podría ser la forma más efectiva si se trata de “inhibir”, de acuerdo con el abogado Jorge Reza, quien representa a la Fundación Javier Marín, que entregó a la PGR una iniciativa para modificar el Código Penal Federal y sumar un título llamado: “De los delitos de las artes plásticas y sus creadores”.

“Se creó el andamiaje legal para, por esta vía, defender la certeza de las obras que producen los artistas”, dice.

—¿Existe la falsificación como delito en México?

—Existe la falsificación como delito en cuanto a marca, pero no el concepto de una obra artística falsificada. Eso es lo que queremos que se revise y, en su caso, que se incluya en la legislación penal actual”.

El abogado, quien lleva varias averiguaciones sobre falsificación de obras de Jorge y Javier Marín, explica que este proyecto se va a poner a consideración de distintos sectores de la cultura y las artes, así como del ámbito legal: “Queremos proponer una reforma con rigor y seriedad, no una ocurrencia. Lo que se persigue es llenar vacíos e inhibir esta conducta. La ley penal, finalmente, tiene por objeto inhibir las conductas ilícitas, al estar perfectamente regulado y sancionadas en la ley”.

La iniciativa contempla penas y multas contra quienes participan en toda la cadena de la falsificación con fines de lucro, desde quienes lo hacen, forman parte del proceso de producción, transporte y venta, o lo mandan a hacer o a almacenar. También se refiere al peritaje y plantea que haya una reparación del daño; además considera el caso de la transmisión y venta tan común hoy de obras falsas a través de Internet.

“Es un problema que estamos contemplando en la ley porque los sitios de Internet no se hacen responsables. Lo que ellos dicen es que están facilitando a través de la plataforma la compra-venta entre particulares, pero no se hacen responsables del contenido de sus publicaciones. En la propuesta de reforma los queremos hacer responsables de lo que en sus sitios publican. En concreto hay una plataforma de venta de arte en Los Ángeles, donde posibilitan transacciones comerciales de todo el mundo, principalmente de EU, y donde se han detectado piezas falsas de Jorge Marín y otros artistas”.

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