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Bogotá.—Hasta hace unos 20 años, el teatro mexicano era el gran desconocido en los circuitos internacionales y, cuando salía, se impulsaba a grupos cuyo quehacer era de cuestionable factura. En los últimos años, coinciden sus creadores, no sólo se ha convertido en embajador cultural de México en el extranjero, también está contribuyendo a cambiar percepciones negativas del país, respecto a la violencia y al narcotráfico que nos aqueja; también está demostrando que la escena mexicana no es acartonada, por el contrario, es diversa y, sobre todo, de calidad.

México es el país invitado de honor del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (FITB) que este fin de semana concluye su XV edición y, según Ana Marta de Pizarro, directora del festival, ha tenido una presencia exitosa porque el termómetro de medición es el registro de “una taquilla reventada”.

“Prácticamente todas las obras mexicanas tuvieron sold out. En el caso de Mendoza, de Los colochos, la primera función no estaba tan vendida y tuvimos que completar la sala con estudiantes y otros invitados con los que teníamos compromisos, pero las siguientes funciones se agotaron, lo mismo pasó con Baños Roma, de Línea de Sombra; en cambio con la obra de Mario Espinosa, desde el principio se agotaron las localidades porque es un director conocido en el festival”, dice.

Círculo de cal, de la Compañía Nacional de Teatro, dirigida por Luis de Tavira, apunta, merece una mención aparte. “La obra del maestro De Tavira fue un total éxito, dura cuatro horas, no es fácil, pero la gente reaccionó de manera increíble al montaje tan impactante y bello. Estoy muy feliz de haber tenido a México como país invitado”.

Espinosa se presenta este fin de semana en Bogotá con la obra Una luna para los malnacidos, basada en la tragicomedia homónima del Premio Nobel estadounidense Eugene O’Neill. “El teatro estaba lleno en la primera función y eso nos dice que hay un interés por vernos. Una luna para los malnacidos es una obra que formó parte de un proyecto de Teatro UNAM que consistía en revisar la obra de grandes autores del siglo XX, como O'Neill; la estrenamos en 2014 y desde entonces no la habíamos vuelto a llevar a escena. Ahora, tras nuestra presencia en el festival, regresaremos a México para tener una temporada en el Teatro Lucerna a partir del 1 de abril”, dice Espinosa.

Para el dramaturgo Jaime Chabaud, quien presentó en el festival el libro Dramaturgia mexicana contemporánea, editado por la editorial Paso de Gato, en alianza con la Universidad de Guadalajara y el FITB, la programación de obras para presentarse en circuitos internacionales se daba “por dedazo”, lo que provocó que se generara una percepción “malísima en el extranjero del teatro mexicano”.

“Hasta hace unos 15 años se creía que era nuestro teatro era malo, acartonado, telenovelero; todavía ayer escuché a alguien decir eso. Afortunadamente en los últimos años esa idea se ha revertido y hoy México es un país al que voltean a ver todos los programadores internacionales, es alucinante y precioso. En la medida que México tenga visibilidad a través del teatro, cambiaremos percepciones respecto a cómo se nos ven en relación a la violencia y el narcotráfico”, asegura Chabaud.

Al respecto, Espinosa señala: “En los años 90 comenzó un trabajo muy fuerte en el teatro, pero es hasta hace unos cinco años que se nota lo que hemos venido haciendo en los circuitos internacionales, incluso hay creadores que están pensando en salir y así es su forma de trabajo, como Claudio Valdés Kuri, quien desde los años 90 tiene coproducciones internacionales. Sin embargo, creo que más que un mal teatro, lo que pasó es que el teatro mexicano era el gran desconocido, muy encerrado en sí mismo, pero que empezó un proceso de apertura al mundo, y ahora estamos viendo los resultados de ese florecimiento”.

Prueba de ellos, explica, son compañía como Vaca 35, integrado por gente muy joven que cuenta con ya con temporadas completas en España, incluso con coproducciones. “Es verdad que la imagen del teatro mexicano fuera se ha transformado, pero también nuestras formas de trabajo, así como el interés de otros países por colaborar con nosotros; la transformación ha sido grande y muy positiva”, dice Espinosa.

El escenógrafo Jesús Hernández, quien participó en la obra infantil Memoria de dos hijos caracol, de la compañía Carretera 45, dirigida por Antonio Zúñiga y Conchi León, apunta: “En los diferentes estilos y modalidades de presentación escénica sí se ha demostrado que se tiene calidad. Me ha parecido muy interesante ver que hay un abanico muy amplio de diferentes maneras de presentar la escena, de hacerse preguntas sobre un mismo oficio, que es el teatro. En el caso del teatro infantil, le viene muy bien salir a otros circuitos, ojalá tuviera más peso en los festivales, es muy raro ver que se programe”.

Para Jorge A. Vargas, fundador y director artístico de Teatro Línea de Sombra, que durante el festival presentó las obras Baños Roma y Pequeños Territorios en Reconstrucción, que también contó con una recepción positiva, la participación en encuentros internacionales también permite la retroalimentación artística.

“No sólo estuvimos con dos piezas, también participamos en conversaciones con el público y en un taller que nos permitió tener una relación estrecha con toda la comunidad teatral iberoamericana. Esta presencia nos ha ayudado a establecer un panorama de discursos, de semejanzas y diferencias. En el taller nos replanteamos el papel del teatro en los entornos de violencia y cuál es el papel del arte en lo social y en lo político, y nos pudimos dar cuenta de que nuestra preocupación es un interés común en iberoamerica”, explica.

La presencia internacional, aun sin montaje, también rinde frutos. Chabaud afirma que al menos tres de las 10 obras que fueron publicadas en la antología, y que durante el festival tuvieron lecturas en voz alta, tienen posibilidades de ser llevadas a escena.

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