Échame una mano, decimos los mexicanos cuando necesitamos ayuda o apoyo de alguien. Alrededor de veinte países nos han echado la mano en los trabajos de salvamento y rescate tras los sismos de los días 7 y 19 de septiembre.

Entre los primeros en llegar estuvieron El Salvador, Guatemala y Honduras. Los tres son países con mucho menos recursos que México, pero no dudaron en acudir a los sitios de desastre para meter el hombro.

Se sumaron también rescatistas de Argentina, Canadá, Chile, Colombia, Ecuador, España, Estados Unidos, Israel, Japón, Panamá y Suiza, entre otros países.

Me conmovió escuchar a Toshihide Kawasaki, líder del equipo japonés de auxilio para desastres, dar las gracias por las voces de ánimo y muestras de agradecimiento de parte del pueblo y el gobierno mexicanos. ‘Amigos en la adversidad, cuates de verdad’, concluye Kawasaki, un espléndido emisario de esa filosofía de la vida que practican los japoneses, que incluye la compasión de socorrer a los semejantes.

Es particularmente significativa la solidaridad de los tres países del Triángulo del Norte centroamericano al enviar especialistas, bomberos y brigadistas. Muchos mexicanos sentimos vergüenza cuando evocamos la suerte que corren muchos de los transmigrantes salvadoreños, guatemaltecos y hondureños a su paso por México rumbo a Estados Unidos: secuestro, extorsiones, detenciones arbitrarias, deportaciones sumarias.

No hay palabras que alcancen para expresar nuestro agradecimiento con los 39 integrantes del equipo hondureño de búsqueda y rescate Katrachos USAR, y con los 25 brigadistas especializados salvadoreños. El equipo de rescate guatemalteco que viajaba por tierra fue notificado de que México agradecía su esfuerzo y apoyo, pero que se analizaría la forma como podrían ayudar más adelante.

Es tiempo de llorar, decía uno de los rescatistas centroamericanos. Llorar a nuestros muertos, tener empatía con aquellos que perdieron su casa y su patrimonio.

Es la hora del silencio, del recogimiento y del respeto al dolor de tantos que perdieron a sus seres queridos, dice uno de mis colegas profesores en el CIDE.

Los centroamericanos recuerdan el apoyo mexicano a esos tres países y a Nicaragua tras la devastación del huracán Mitch en noviembre de 1998. Entonces se estableció un puente aéreo, se enviaron técnicos para reparar la infraestructura de electricidad, agua potable y caminos y se establecieron albergues.

Yo agradezco de manera especial a nuestros jóvenes tomar las labores de rescate en sus manos. Ellos no se mueven en clave de sumisión ni de reverencia ante altos funcionarios, sino en códigos de solidaridad y de restañamiento del tejido social.

Le reconocen sus esfuerzos a militares y marinos, pero no otorgan su confianza a los políticos, del Presidente a los gobernadores, a muchos de los cuales identifican como saqueadores del erario, como depredadores de una sociedad ya de por sí muy lastimada antes de los sismos.

Me quedo con la solidaridad de los rescatistas que vinieron de afuera, con el esfuerzo comunitario de los jóvenes, y con la lección de dignidad de esa mujer indígena sin zapatos que ser acercó a donar alimentos, cuando seguramente ella misma los necesitaba.

En algunas semanas pasaremos del rescate a la reconstrucción.

El despertar ciudadano no puede, no debe, darse tregua ante la gravedad del momento político del país.

Hemos visto en el rescate a muchos héroes ciudadanos. Ningún candidato, ningún partido político, puede afirmar que nos salvará. En nueve meses votaremos contra la expoliación y el mal gobierno, y a favor de la reconstrucción de la vida pública.

Nos tocará una vez más a los mexicanos rescatarnos a nosotros mismos, como ciudadanos que nos hacemos responsables de nuestro destino.

Profesor Asociado en el CIDE.
@Carlos_Tampico

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