Las renegociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) nos han permitido asomarnos más de cerca al estilo personal de gobernar de Justin Trudeau (Ottawa, 1971), Donald Trump (Nueva York, 1946), y Enrique Peña Nieto (Atlacomulco, 1966).

Hay fuertes diferencias entre la visión del mundo de los inquilinos que ocupan respectivamente el número 80 de la calle Wellington en Ottawa, el 1600 de la avenida Pennsylvania en Washington DC, y la residencia oficial de Los Pinos en la Ciudad de México.

En El estilo personal de gobernar (1974) Daniel Cosío Villegas dejaba establecidas las dos piezas centrales del sistema político mexicano en aquel momento: un partido ‘oficial’, no único, pero sí predominante en un grado abrumador, y un presidente de la República con facultades y recursos amplísimos.

Don Daniel acotaba su tesis inicial para señalar que a partir de los años 1940 el ejercicio de gobierno favoreció a los grandes capitanes de la industria, del comercio, de la banca y de la agricultura comercial.

Hoy la economía mexicana es mucho más diversa, su entramado político es más plural y la sociedad es mucho más compleja, pero a la hora de la renegociación los stakeholders cuyos intereses están representados siguen siendo los mismos de hace ocho décadas.

A pesar de que en enero de 2017 EPN dijo que se llevaría a cabo una renegociación integral e incluyente, no están incluidos los intereses de los trabajadores, ni de los migrantes mexicanos que están siendo criminalizados y deportados de Estados Unidos.

En los hechos, el gobierno mexicano sigue respaldando la fórmula fracasada de ser competitivos por la vía de mantener los salarios muy bajos.

A su vez, Trump ejerce un mando unipersonal en un sistema donde a la larga las instituciones son más fuertes que el presidente mismo. Insiste de un modo fatal en el espejismo de la autarquía como puerta falsa para la economía estadounidense. Trump hizo campaña con un discurso populista, pero gobierna como un oligarca: intenta destruir el sistema de salud para los más pobres, al tiempo que reduce impuestos a los más ricos, ambas medidas orientadas a negar y anular el legado de Barack Obama.

La mayoría de los estadounidenses reconocen la contribución de los migrantes mexicanos a su economía. En contraste, como escribe Ta-Nehisi Coates, Trump ha desatado una guerra cultural contra México y se presenta como el defensor de la supremacía blanca ante los ‘violadores’ mexicanos, cuando es él mismo quien desprecia y abusa de las mujeres.

A sus 45 años de edad, Justin Trudeau es el más joven y con mucho el más innovador de los tres. El 13 de octubre subrayó en el Senado mexicano la importancia de construir un nuevo TLCAN progresista, cuya columna vertebral sean los derechos de los trabajadores y que incluya los de los pueblos indios, así como la equidad de género. Su mensaje: lo esencial es que cualquier acuerdo nuevo beneficie a todos los segmentos de la sociedad.

Sin embargo, no pocos canadienses dicen que Trudeau es más estilo que sustancia. Su gobierno le cobra a las compañías petroleras y gaseras canadienses tasas de impuestos que son apenas una fracción de lo que pagan en países en desarrollo. En México hacen falta mecanismos de seguimiento efectivo para atender las denuncias de prácticas depredadoras de compañías mineras canadienses, así como proporcionar reparaciones a las víctimas.

La personalidad del gobernante le da a su mandato un sello peculiar. A mí me parecen abismales los contrastes entre los tres mandatarios. Trump se quedó en la guerra civil y el esclavismo (1865), Peña Nieto permanece en la era del viejo PRI (1970) y Trudeau impulsa el progreso social en pleno siglo XXI.

Profesor asociado en el CIDE.
@ Carlos_Tampico

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