Albert Camus conocía bien las entrañas del ser humano. Las conocía por incontables razones. Una fue la pobreza. La pobreza es maestra, cruda, pero maestra. Hay quienes se vuelven agresivos debido a las carencias y hay quienes aprenden de ella y se convierten en ejemplos, en seres resilientes. Camus fue resiliente y alumno destacado de la escuela de la pobreza. Su padre murió a los pocos meses de su nacimiento. Su madre era analfabeta y sorda; para mantener a sus dos hijos trabajaba como empleada doméstica. La pobreza fue maestra del Nobel. Ser pobre en la Francia de Camus —murió en 1960—, a diferencia de lo que sucede en México desde hace décadas, no cerraba las puertas.

Repito: Albert Camus conocía bien las entrañas del ser humano. Quizás por eso figuran médicos en algunas de sus novelas. Los médicos de antaño, pocos hoy, conocían los vericuetos, las alegrías y las penas del ser humano. En La peste, una de sus obras cumbres, el doctor Rieux, cerca del final, mientras la ciudad de Orán celebraba haber sobrevivido al azote de la peste, reflexiona: “para no ser de los que se callan, para dar testimonio a favor de aquellos apestados, para dejar al menos un recuerdo de la injusticia y la violencia que se les había infligido, y para decir sencillamente lo que se aprende de las calamidades: que hay en los hombres más cosas que admirar que despreciar”.

Las calamidades son diferentes de las catástrofes. La peste literaria y un tanto real de Camus no tiene que ver con las diversas pestes generadas por nuestros políticos. Las calamidades son producidas por el ser humano mientras que las catástrofes provienen de la Naturaleza, i.e., temblores, erupciones volcánicas, tsunamis. Poco podemos hacer contra la furia de la Naturaleza. Mucho deberíamos hacer para prevenir las calamidades. México, aunque no hay estadísticas ni estudios que lo confirmen, es uno de los países pioneros y promotores de calamidades. El sexenio por fenecer hereda una lista interminable: socavones, decapitados, aumento en el número de víctimas por la violencia, ciudades fantasmas por miedo al narcotráfico, gobernadores ladrones y sin castigo, secuestros, incremento en el daño ecológico y en el número de pobres y de semaforistas —mexicanos que trabajan en los semáforos y que no cuentan con ningún tipo de prestación social— y… etcétera.

Renglones después, Camus, convertido en el doctor Rieux reflexiona: “oyendo los gritos de alegría que subían desde la ciudad, Rieux se acordó de que aquella alegría siempre estaba amenazada. Él sabía lo que ignoraba aquella jubilosa multitud y que puede leerse en los libros: que el bacilo de la peste nunca muere ni desaparece, que puede quedarse dormido durante décadas en los muebles y la ropa de la cama, que espera pacientemente en las habitaciones, sótanos, maletas, pañuelos y papeles, y que tal vez llegaría el día en que, para desgracia y enseñanza de los hombres, la peste despertaría a sus ratas y las enviaría a morir en una ciudad feliz”.

La peste, como buena parte del tejido camusiano, encierra lecciones éticas. Vincular ética y política es necesario. El diagnóstico del doctor Rieux es, además de correcto, un diagnóstico mexicano actual y ad hoc: la política bubónica de nuestros jerarcas infesta todo. Lamentablemente, con lo único que no concuerdo con el doctor Rieux es “que hay en los hombres más cosas que admirar que despreciar”. Basta hojear el historial de este sexenio: ¿hemos mejorado en algún rubro, sea salud, ecología, esperanza de vida, pobreza? Salvo por la muerte del PRI y del PAN no hay nada que celebrar.

Las ratas no han dejado de minarnos. La diferencia entre las de Camus y las que dirigen la política en México, así como con la peste de Orán y las nuestras, es que la Yersinia pestis de la obra murió cuando el autor escribió punto final. Las nuestras, aunque no han logrado acabar con la tercera parte de la población como sucedió con la peste negra, tienen sumida en desesperanza y miseria a más de la mitad de nuestros connacionales.

Es una pena que Camus haya fallecido. ¿Qué diría su doctor Rieux de la peste propagada y alimentada por nuestros políticos? Diría, pienso, que el bacilo de la peste de nuestros gobernantes, es similar a su peste: el bacilo de la peste nunca muere ni desaparece.

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