Los mexicanos tenemos a la vuelta de la esquina los comicios más importantes de lo que va de nuestro siglo XXI. La elección del próximo presidente de la República, en particular, será a juicio mío tan relevante como la del 2000, porque en ella se decidirá la consolidación o el fin de la restauración autoritaria del priñanietismo. La lucha opositora que se emprendió hace tres lustros representaba un desafío portentoso, porque implicaba acabar con más de siete décadas de hegemonía priista, pero el reto de ahora no es menos grave puesto que exige frustrar el afianzamiento de las estructuras clientelares y la red de corrupción del Partido Revolucionario Institucional para impedir que se mantenga en el poder por otros tantos años. Aclaro, desde luego, que hablo del poder presidencial. Y es que, aún si deja Los Pinos, el PRI podrá tener bastantes diputados y senadores para bloquear o manipular la agenda nacional como lo hizo en los dos sexenios panistas, e incluso si sus próximas bancadas resultaran ser minoritarias contaría con el control de varios órganos “autónomos” y una influencia significativa en el Poder Judicial. En efecto, los priistas no han dejado de sembrar minas en el campo de batalla de la cosa pública, por aquello de las malditas dudas.

Pero detengámonos en el tema de los órganos electorales. Ante unos comicios tan complejos, en el contexto de la crispación sociopolítica de México, ¿qué tan sólidos son el Instituto Nacional Electoral, la Fiscalía Especializada para Delitos Electorales y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación? ¿Cuánta credibilidad tienen hoy para encarar con éxito el 1 de julio, para conjurar el peligro de una crisis de enormes proporciones? Las encuestas nos dan la respuesta: muy, muy poca. La FEPADE está acéfala porque el anterior fiscal osó investigar los nexos de Odebrecht con la campaña del actual presidente, el INE es cuestionado por tirios y troyanos y el TEPJF ha caído en el descrédito en tiempo récord al negarse a anular la elección coahuilense, la última oportunidad que tenía de ganar confianza entre la ciudadanía (no en balde hasta el INE cabildeó a favor de esa anulación).

Si las instituciones encargadas de organizar, arbitrar, vigilar y juzgar este proceso electoral fueran respetadas por la sociedad las cosas serían de por sí complicadas. Pero en las circunstancias de desprestigio que enfrentan, con el grado de dificultad que suponen el enojo social y la polarización política, la fuerza de Morena y del Frente Ciudadano y la orden del priñanietismo de conservar la Presidencia a toda costa, la perspectiva es francamente aterradora. ¿Si el escenario fuera similar al del Estado de México o al de Coahuila, por ejemplo, y estas autoridades le dieran el triunfo al candidato priista, qué cree usted que sucedería? ¿La mayoría de la gente (la victoria sería por mucho menos del 50% de los votos) lo aceptaría o se generaría ingobernabilidad? Tome en cuenta los dos factores obvios -el mal humor que campea en millones de mexicanos, más allá de preferencias políticas, y el altísimo nivel de reprobación del presidente Enrique Peña Nieto, a quien se culparía del trabajo sucio para imponer a su sucesor- y luego imagínese a este Tribunal Electoral fallando a favor del PRI, como en los cochineros mexiquense y coahuilense. ¿No siente escalofríos?

No pretendo invocar el masoquismo. Lo que pasa es que, aunque pienso que el priismo perderá por un margen a prueba de trampas, el reciente y nefasto paradigma EdoMex es claro: el gobierno federal usará todo su aparato, su estructura y su maquinaria para dividir a la oposición, comprar votos y presionar a los órganos electorales a avalar sus marrullerías. Por si quedaba alguna duda, el mensaje de Peña Nieto al recibir al impugnado gobernador electo de Coahuila la disipó, y el Tribunal actuó en consecuencia, favoreciendo al excandidato priísta mediante una suerte de lavado de dinero electoral. Por eso no es ocioso plantearnos la posibilidad de que el PRI gane a la mala la Presidencia de la República. Por eso, y porque si no hay una afluencia masiva a las urnas y un repudio abrumador al régimen priista este país puede acabar de descomponerse, hay que meditar muy bien qué hacer el 1 de julio.

Diputado federal.
@abasave

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