Hay una fiesta pero Frida no está feliz. Hay fuegos artificiales y hay otros niños, uno de ellos muy grosero, pero no es por él que Frida está triste. Frida está triste porque se va. No sabe adónde, y aunque es obvio que se debe a la muerte de sus padres, no entiende por qué tiene que irse a casa de sus tíos, en vez de quedarse con sus abuelos y con la tía Lola, que le cuenta cuentos. Frida tiene seis años y el mundo en el que anda no es muy comprensible. Ni para ella ni para nosotros.

El primer largometraje de la directora catalana Carla Simón es una inmersión brillante en la perspectiva inocente de una niña. No sé qué tan apropiado sea recordar a maestros del cine español en relación con una película catalana pero me es inevitable pensar en Carlos Saura y en Víctor Erice frente a Verano 1993 (Estiu 1993, 2017). Se me ocurren en particular las películas que protagonizó Ana Torrent para ambos: Cría cuervos… (1976) y El espíritu de la colmena (1973). En ellas el mundo se reduce en la incomprensión de una niña muy pequeña, interpretada por Torrent, que representa a una España ofuscada por la incertidumbre de un franquismo naciente y, más tarde, tambaleante. Simón no es —o no parece ser— una cineasta política, pero su protagonista forcejea también por desenmarañar los innumerables misterios a su alrededor. A partir de ello, Simón nos describe una sociedad complicada donde la muerte de una pareja será el estigma de su hija y la integración es un llamado a las lágrimas que, afortunadamente, un día termina.

Debo decir que Simón no es revolucionaria en su estilo, sin embargo su ejecución de él es impecable. Entre una edición y unos diálogos que nos revelan en fragmentos la historia de Frida (Laia Artigas), y una fotografía que resalta la confusión de la niña ante las duras conversaciones de los adultos, Simón evoca a John Cassavetes, pero de ninguna manera se ubica bajo la sombra del gran hacedor de cinema vérité. Más bien se deja guiar por la ineludible radiación de su luz y hace una película propia que explora la complejidad de la gentileza. A menudo Simón encuadra a Frida mientras los adultos hablan de la enfermedad de su madre. Una mujer de quien sólo vemos el tórax explica que es muy raro que alguien muera de pulmonía en estas épocas. Lo es. Pero Frida, nos dicen las imágenes de su rostro, no puede entenderlo. Nosotros, los espectadores, iremos ensamblando los datos hasta conocer la verdad, de la misma forma que una niña berrinchuda, al ser comprendida, resulta ser sólo una niña enojada.

Como en las mejores películas sobre la niñez, la psicología en Verano 1993 explora las raíces de la crueldad y el berrinche, pero uno de los aspectos más interesantes de la cinta es también la mente de Marga (Bruna Cusí). Tía política de Frida, Marga se convierte, de un momento a otro, en la madre de la niña. Su rol en casa, a juzgar por lo que vemos a lo largo del filme, es ya uno de servicio, pero la llegada de Frida provoca no la rabieta de una mujer caprichosa sino la desesperación de una esposa ignorada. Esteve (David Verdaguer), su esposo, no parece consultarle muchas cosas, y en un intento por facilitar la integración de Frida a la familia, él suele tomar su lado cuando hay problemas. Aunque muchos dirigirían la historia como una encantadora lección sobre la generosidad de una familia, Simón nos muestra las recurrentes dificultades de una adopción tan repentina. Es difícil hacer lo correcto y a veces el temple se quiebra. El guión, y sobre todo los diálogos, lo expresan con una sutileza admirable. En ningún momento intenta Simón predicar lo correcto, al contrario, ella mira a sus personajes sin juzgarlos y encuentra en momentos tan aparentemente inofensivos como los juegos infantiles los duros reflejos de la realidad.

En una escena Frida y su prima de tres años, Anna (Paula Robles), simulan un restaurante donde Anna es la cocinera y mesera y Frida es la comensal. Es evidente que Frida ha creado una situación jerárquica donde ella está tumbada en una silla y Anna se mueve para complacerla. Después de haberla visto ordenar a Anna que no toque nunca sus juguetes, nos damos cuenta de que su carácter es dominante. Pero quizá el momento más inquietante viene cuando Frida, en su personaje de adulta, le dice a Anna que no se siente bien y ya no puede seguir jugando. ¿A quién imita? Los espectadores de Cría cuervos… sabrán encontrar una escena muy similar en ella, donde la vida de los padres se derrama sobre los juegos de los niños.

Obviamente escenas como la que describí serían imposibles sin un elenco tan diestro como el de Simón o sin su dirección de actores. Raras veces me encuentro con una película protagonizada por niños donde el rango emocional sea tan vasto, tan natural, que me haga cuestionar la actuación de método de algunos adultos. Verano 1993 no sólo es una de esas películas: es una de las mejores obras cinematográficas que se lanzan al rescate del niño: casa de la complejidad que los adultos tapan con velos de pudor y de miedo.

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