En la medida en que las fuerzas desencadenadas por el hombre fueron creando un mundo mas interdependiente y globalizado, fue indispensable inventar mecanismos para confrontar los problemas derivados de esa complejidad. Un primer ejemplo en la época moderna fue la conferencia de la Paz de Westfalia (1646-1648) en la que participaron mas de 100 delegaciones para poner fin a las guerra de religión, que delinearon un nuevo orden basado en la autodeterminación soberana del Estado nacional, que ya fue el principal actor de las relaciones internacionales. Otro ejemplo fue el Congreso de Viena de 1815 que tuvo el propósito de deshacer los entuertos geopolíticos de Napoleón, para crear los de sus vencedores. Al concluir la Primera Guerra Mundial fue evidente que la problemática planetaria requería un multilateralismo permanente, por lo que en 1919 se fundo la Sociedad de las Naciones, que no pudo evitar su cometido de evitar un nuevo conflicto pues, como ocurre hoy día, los líderes políticos, actuaron mas en función de intereses nacionales y personales, que en los de la humanidad. En 1945 fue remplazada por la ONU que desde entonces desempeña un papel crucial para propiciar la cooperación y el entendimiento en innumerables ámbitos. No ha podido solucionar muchos problemas, pero ciertamente el mundo estaría mucho peor sin su loable labor.

Como la ONU fue creada para la Guerra Fría, y la mundialización y sus problemas se agudizaban, fue necesario concebir nuevos mecanismos como los bloques económicos regionales o el G7 y el G20. Pero a pesar del basto andamiaje institucional existente, la gobernanza planetaria está rebasada por problemas que superan su capacidad de acción. Un claro ejemplo es la actual pandemia: a pesar de ser un problema mundial, no hay una respuesta global, y cada país aplica las recetas de la OMS a su mejor entender. Ni siquiera la Unión Europea que tiene facultades supranacionales, pudo dar una respuesta europea al problema.

Las pandemias no son las únicas amenazas, pues las acompañan graves problemas medioambientales como el calentamiento global; el crimen organizado trasnacional; el narcotráfico; la imparable migración; la difundida pobreza que genera conflictos e inestabilidad; la cercana escases de recursos naturales como el agua y el petróleo; etc. El gran problema de no contar con instrumentos idóneos (ni con la voluntad política necesaria) para encarar esos peligrosos desafíos, se agrava porque el populismo en boga está minando el multilateralismo con sus consignas nacionalistas, aislacionistas, unilateralistas y nativistas. Al concluir la Segunda Guerra Mundial, Occidente logró recuperarse y edificar un nuevo orden estable y prospero, gracias a inteligentes visionarios como Roosevelt, Churchill, Adenauer, Shuman, De Gasperi, etc. El fin de la Guerra Fría no tuvo la suerte de contar con figuras de ese calibre, pues trágicamente prevalece la mediocridad en el liderazgo político. Funestos oportunistas como Silvio Berlusconi y Hugo Chávez sentaron -tanto para la derecha como para la izquierda- el precedente para una larga lista de caudillos ególatras y populistas de limitado intelecto, con ideas caducas del pasado y sin visión del futuro, siendo su líder indiscutible Donald Trump.

Lo que en la posguerra fría requerimos es una renovada gobernanza global innovadora y audaz acorde a las realidades y problemas del siglo XXI. Obviamente deberá sustentarse en una también renovada y actualizada gobernanza en los países, lo que requiere un nuevo tipo de gobernantes sin anacrónicas mentalidades de Guerra Fría, que, por el momento, no están a la vista. Urge el remplazo generacional del liderazgo político en el mundo.

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