Entre países —como entre personas— lo que determina la cercanía y el entendimiento o el distanciamiento y la confrontación es la compatibilidad o incompatibilidad de intereses. Ejemplo de ello son México y EU: como en el siglo XIX, cuando se iniciaron las relaciones diplomáticas no hubo intereses comunes, sino contrapuestos, esas fueron muy conflictivas. A partir del Porfiriato, en el siglo XX, surgió la complementariedad económica que, a pesar de altibajos, forjó una intensa binacionalidad apuntalada en grandes intereses compartidos, principalmente económicos que rayan en la integración. Además de lo estructural, también son decisivas las agendas de los gobiernos en turno, cuya compatibilidad o incompatibilidad determinan la cercanía o el choque.

Nuestra históricamente atribulada relación con EU tomó otra dirección con el NAFTA, pues los enormes intereses convergentes de carácter binacional afianzaron la coexistencia pacífica, la cooperación y el entendimiento. Lo anterior favoreció que, desde 1994, las respectivas agendas gubernamentales básicamente fueran compatibles. Sin embargo, la elección de Trump fue un quiebre en esa tendencia, ya que, a pesar de la prevalencia de los intereses estructurales, su agenda nativista-populista impidió buenas relaciones, salvo cuando se hiciera lo que exigía. Desgraciadamente ese fenómeno persiste, pues hay significativas discordancias entre las agendas de Biden y de López Obrador.

Como la política es el arte de decir una cosa y hacer otra, es más realista detectar las incompatibilidades analizando los hechos. Además de la vacunación, la gran prioridad de Biden es la economía: lanzó un impresionante plan de reactivación de 1.9 billones de dólares, que incluye un ambicioso plan de empleo, salud y familia, y hasta dinero en efectivo a los más golpeados por la pandemia. Otras demostradas prioridades son el medio ambiente, la energía, la seguridad, el narcotráfico, la democracia, los derechos humanos, equidad de género, la sociedad civil, la reconciliación social, etc. Por el contrario, en México la economía no ha sido prioritaria (0 crecimiento antes de la pandemia) ni su reactivación; tampoco lo han sido el medio ambiente, la seguridad, el movimiento feminista o la sociedad civil. Los proyectos en energía son opuestos, y se enfatiza la polarización sobre la unidad. Aunque con distintos enfoques, se coincide en buscar soluciones al problema migratorio. En suma: la que se considera la “agenda más progresista” de los últimos años, no encaja en los planes de la 4T.

Trump no entendió la importancia de nuestra binacionalidad, y acá tampoco se están comprendiendo realistamente sus implicaciones. Como conlleva una vigorosa interdependencia asimétrica, los problemas económicos, de seguridad, ambientales, el trasiego de drogas (principalmente fentanilo) y armas, la corrupción, la libertad de prensa, la democracia sindical, la competencia de China etc., son mutuos, lo cual impone restricciones al concepto tradicional y rebasado de la soberanía. Ninguno de los dos gobiernos puede actuar en muchos rubros sin tener en cuenta al vecino, porque ya tienen un destino compartido. Los innecesarios desaires a los demócratas y las agendas contrapuestas están teniendo consecuencias. Para patentizar el malestar, no se recurre a la insultante agresividad de Trump, sino —por el momento— a una discreta frialdad. El primer viaje de Biden fue a Europa, el de la vicepresidenta a Guatemala y el del secretario de Estado a Costa Rica. México pierde trato preferencial, y la enrarecida relación puede conducir a un choque: no entre EU y México, sino entre sus gobiernos.

Internacionalista, embajador de carrera y académico.

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