Al igual que quienes opinaron que la visita de AMLO a Washington el pasado 8 de julio fue una apuesta por la reelección de Donald Trump que dañó irreparablemente cualquier empatía con el candidato Joe Biden, se equivocan quienes vaticinan que no felicitarlo por su estadísticamente irreversible victoria sino hasta que concluya legalmente el polémico proceso electoral estadounidense, desatará represalias de pesadilla contra México y su gobierno.
Veamos: con sus majaderías antimexicanas, su enfermizo racismo, sus crueles políticas antinmigrantes, sus amenazas arancelarias y su permanente amago de hacernos pagar el muro fronterizo, no ha sido fácil para López Obrador lidiar con su antipático homólogo estadounidense y mantener una relación mínimamente digna.
Se aceptó, sí, que la frontera sur de nuestro país fuera el muro de contención de la migración centroamericana, pero se evitó, así, que impusiera aranceles a nuestros productos, lo que hubiera traído daños económicos más graves que los que ahora enfrentamos. Los términos de la relación conseguidos por la 4T durante los últimos dos años, atenuaron significativamente los efectos del “devastador huracán” que vaticinó para el país el exgobernador del Banco de México, Agustín Carstens, tras el inesperado triunfo de Trump en 2016.
Por el contrario, y pese a lo cedido, AMLO obtuvo el apoyo estadounidense de insumos médicos contra el Covid-19 y de los barriles de petróleo que completaron la cuota mexicana acordada con la OPEP para reducir la producción internacional de hidrocarburos cuando su precio cayó por debajo de los cero dólares.
Se interpretó, en su momento, que el mexicano fue a la Casa Blanca para impulsar el voto latino a favor de Trump. No fue así. Ese voto se decantó por Biden. Aquel encuentro sirvió, por el contrario, para que AMLO —en el mejor discurso que se le recuerde— dejara claro que estaba ahí por la ratificación del T-MEC, que México respeta la soberanía de las naciones porque exige respeto a la suya y que, a pesar de desencuentros y agravios no olvidados, ha sido posible establecer acuerdos de cooperación y convivencia.
Los antagonistas del mandatario mexicano dicen que felicitar a Biden (como lo han hecho ya la mayoría de los jefes de Estado y de gobierno del mundo) es diplomacia, cortesía que no debe regatearse. Pero cuidado. Por vecindad, historia e integración de cadenas productivas, ninguna relación de Estados Unidos es comparable con la casi siempre conflictiva que tiene con México. Y una cortesía diplomática inoportuna bien podría interpretarse como sumisión de cortesanos.
Del acto de felicitar se infiere el de reconocer y nuestro país no reconoce gobiernos, porque hacerlo hiere soberanías y no quiere que hieran la propia. Tal es el sentido de la Doctrina Estrada derivada de los principios constitucionales de no intervención y libre autodeterminación de los pueblos.
En ellos sustenta AMLO la posición que de momento mantiene frente a Biden y Trump. No es subordinación ni apoyo a quien será presidente de Estados Unidos por lo menos hasta el próximo 20 de enero (lapso en que su locuaz proceder podría dar lugar a acciones negativas contra México). Tampoco es rechazo a Biden con quien se mantiene una fluida relación desde la Cancillería y la embajada mexicana en Washington. Se trata, entonces, de un delicado equilibrio que obliga a la prudencia ante una elección que, objetivamente, aún no está resuelta y cuyos primeros resultados oficiales se tendrán hasta el próximo 14 de diciembre. Rebasar ese plazo sin ganador, daría lugar a procedimientos de crisis a los que pronto nos referiremos.
No debió AMLO, al fijar su posición, hablar del fraude electoral de 2006 del que se asume víctima. La referencia llevó a que se infiriera que respalda el alegato de Trump sobre un presunto fraude electoral del que no ha presentado pruebas.
Con ese alegato el mandatario estadounidense pretende llevar las cosas hasta una crisis constitucional. Ya da ominosas señales. Apenas ayer las más recientes: la autorización del fiscal general, William Barr, para iniciar una investigación federal por posible fraude electoral y la declaración del secretario de Estado, Mike Pompeo, en el sentido de que se garantizará una transición sin sobresaltos, pero hacia un segundo período de Trump.
No sería exagerado decir que podríamos estar frente a una especie de golpe de Estado imperial. Ante la simple posibilidad, una primera línea de defensa son nuestros principios de política exterior y la prudencia que ellos demandan. No le busquemos chichis a la culebra.
Instantáneas:
1. ¿DEMOCRACIA O GOLPISMO?. Parecer ser que así será la del año entrante para renovar la Cámara de Diputados. “Sí por México”, frente conservador fundado por el empresario Claudio X. González y el presidente de la Coparmex, Gustavo de Hoyos, y conformado por 500 organizaciones que se describen ciudadanas, fichó ayer a los tres principales partidos de oposición del país: PAN, PRI y PRD. Su objetivo: arrebatar la mayoría parlamentaria a Morena y a López Obrador. A la reunión con el derechista “Sí por México” asistieron Marko Cortés del PAN, Alejandro Moreno del PRI y Jesús Zambrano del PRD. Ni ellos ni los líderes de la organización aclararon si la alianza solo será programática o se traducirá en una gran coalición contra el gobierno. Ideológicamente se entiende la vinculación panista. La del desdibujado PRD, con el sello de “Los Chuchos”, es acomodaticia como la del Pacto por México. La del PRI confirma la derechización que acusó durante los últimos años. Bien que se hagan coaliciones para la disputa democrática del poder. Mal que tenga tufo golpista.
2. PARANOIA. No se midió AMLO al decir que los medios de comunicación enviarán reporteros a Tabasco para hacer eco del descontento de la gente afectada por las inundaciones. Es obvio que una noticia de tal magnitud amerita cobertura y que los afectados lamentarán sus pérdidas y señalarán responsables. Se trata de una inundación catastrófica que, ciertamente, fue consecuencia de intensas lluvias sin precedente, pero en la que también influyó el desfogue, supuestamente controlado, operado por la CFE y que a juicio del gobernador Adán Augusto López fue mal operado por Manuel Bartlett y su equipo. El objetivo, señor Presidente, es periodístico y nada más.
3. CESES. La represión del lunes en Cancún a una marcha feminista que protestaba por el asesinato de una de sus activistas con saldo de dos heridos de bala, ya hizo rodar dos cabezas. La del jefe de la policía de ese municipio, Eduardo Santamaría, por instrucciones de la alcaldesa Mara Lezama y la del secretario de Seguridad Pública del estado, Alberto Capella, por las del gobernador Carlos Joaquín.
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