Hace un año tomamos las calles: denunciamos y exigimos. La empatía y la rabia transformaron el sentir de millones de mexicanas. Pocos días después, llegó la pandemia. La recomendación de las autoridades fue que las personas no salieran de su casa. Esto trajo consecuencias económicas brutales a nivel mundial y exacerbó las injusticias sociales ya presentes. Una de las más agudas es la violencia de género.

Durante el encierro, la Red Nacional de Refugios aumentó sus rescates un 300% en comparación con el 2019. Como respuesta a esta situación, surgieron diversas iniciativas comunitarias para enfrentar este problema y apoyar a las sobrevivientes que lo necesitan. Una de ellas es la ocupación de las oficinas de la ex-CNDH, para convertir el edificio en un refugio de mujeres violentadas por el sistema machista. El edificio sigue tomado y ofrece refugio a mujeres e infancias.

La violencia familiar es el delito más denunciado en la Ciudad de México. De acuerdo al Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, durante el 2020 hubo 220,028 denuncias y cada hora se reportaron más de 25 denuncias por violencia machista. Si los números son desgarradores, las vivencias lo son aún más.

La violencia de género tiene muchas caras. La más evidente es el abuso físico y sexual, pero muchas otras están enraizadas en un sistema económico que depende de la brecha de género y del trabajo no remunerado de las mujeres.

Bajo el capitalismo, todxs trabajamos, no por gusto, sino porque es la única condición bajo la cual se nos permite vivir. El trabajo doméstico se cuece aparte; no sólo por ser no remunerado, sino porque es una imposición a las mujeres, tan profunda, que supuestamente surge del carácter femenino. El trabajo doméstico es una de las violencias más sutiles y mistificadas que el capitalismo ha perpetrado contra la clase trabajadora. Se nos tuvo que convencer de que el trabajo doméstico es natural, inevitable e incluso satisfactorio, para que lo aceptáramos como trabajo no remunerado (Silvia Federici, 1975). Según la Encuesta Nacional Sobre el Uso del Tiempo del INEGI, en el 2019 las mujeres dedicaron, en promedio, 30.8 hrs semanales a los quehaceres domésticos, mientras los hombres, solamente 11.6.

Hoy, el límite que existía entre el espacio laboral y el espacio doméstico, prácticamente ha desaparecido. La oficina entró al hogar de manera violenta e impositiva. Se exige disponibilidad de lxs empleadxs 24 hrs los 7 días de la semana. Esto es violento en sí mismo, lo es más para las madres: se agrega la presunción que sus hijxs —que no pueden ir a la escuela— no las distraigan de su trabajo. Además, se espera que se hagan cargo de todas las tareas domésticas. Aquellas mujeres que no pueden trabajar desde casa, salen a traer el sustento de sus hogares y además, llegan al hogar a trabajar limpiando, lavando, cocinando y cuidando.

La política desde las autoridades, ha estado orientada a levantar la economía centrada en los mercados antes que en las personas. Se prioriza la apertura de los comercios e industrias mientras lxs niñxs siguen encerradxs y las mamás con ellxs. El trabajo del hogar y el cuidado debería de ser una responsabilidad colectiva pero se designa a las mujeres.

Según el INEGI, en México el 40% de los hogares son sustentados económicamente por mujeres. Mucho más allá de eso, las mujeres acompañan, forman, cuidan, acuerpan. La unión organizada de las mujeres, la fortaleza de lo colectivo, el poder del acompañamiento, le da pavor al sistema. El feminismo es resistencia, es amor revolucionario que desestabiliza los principios individualistas del sistema capitalista heteropatriarcal. Cada acto compasivo entre mujeres, cada pinta, cada quema, cada mujer enrabiada, es una grieta en el sistema y no vamos a parar.

Asociadas de @COOPIACOOPIA

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