Por ALEJANDRO TULLIO


Argentina terminó su largo proceso electoral con un contundente triunfo de una agrupación política que cuando fue electo el actual Presidente no existía y de un candidato, Javier Milei, al que solo se lo conocía como un economista exponente del libertarianismo.

Una elección se puede evaluar como proceso institucional y como experimento político.

Desde el primer punto de vista desde la confección de los padrones hasta los comicios de la segunda vuelta el desempeño electoral fue impecable. A pesar de la cantidad de listas que compitieron en las PASO, las mismas fueron no solo transparentes sino, como toda la campaña, pacificas; una primera vuelta que invirtió los resultados de las primarias y sin embargo no se registraron reclamos formales de ninguna especie, y los de naturaleza mediática (o por redes sociales) carecieron de fundamentos. Y una segunda vuelta que se tramitó con absoluta fluidez y tranquilidad. En el transcurso de este largo período, tuvieron lugar tres debates presidenciales que aportaron calidad a la contienda y mostraron una civilizada capacidad de convivencia y cumplimiento de las pautas fijadas a los candidatos.

Las autoridades electorales cumplieron con prudencia y eficiencia su misión, aportando los medios necesarios, ofreciendo garantías y, en el caso de la Cámara Nacional Electoral, interviniendo preventivamente a los fines que competidores y ciudadanía tuvieran claras las reglas de juego y las responsabilidades inherentes a la competencia, especialmente cuando una dialéctica del presunto fraude a la que no debemos acostumbrarnos, amenazaba con enturbiar artificial e injustificadamente el escenario electoral.

En definitiva, un proceso maduro y justo, en el que cada parte cumplió su deber y convalidó su desarrollo.

Desde el punto de vista político, hay mucho para analizar y una evaluación requiere tiempo pero vale la pena ensayar algunas reflexiones provisionales respecto del ¿sorprendente? Resultado.

Pongo signos de interrogación en la palabra sorprendente porque ninguno de nosotros ignoraba que los últimos tres gobiernos perdieron las elecciones al finalizar sus mandatos. Los candidatos oficialistas de 2015, 2019 y 2023 fueron derrotados en gran parte por la decepción popular respecto de las expectativas generadas y el fuerte rechazo a sus gestiones.

En el electorado fue creciendo una convicción que no solo necesitaba usar el voto como castigo a una gestión insuficiente, sino como rechazo a una forma de entender la política que parecía no suficientemente incómoda con las consecuencias de su propia ineficiencia. La creciente distancia entre políticos oficialistas y opositores y la población afectada por distintos tipos de carencias, independientemente de la clase social, fue construyendo una posibilidad inexistente hasta hace unos años en Argentina, la llegada al poder de una fuerza extrasistema que no solo cuestionaba el desempeño de la política, sino que se proponía desplazar tanto al gobierno como a la oposición a quienes fundió en un mismo concepto denominado “la casta”.

El malestar objetivo de toda la población, la sensación de no tener salida y la convivencia con la frustración y el conflicto hicieron su trabajo y generaron un nuevo electorado a la búsqueda de alguien que lo exprese.

Y Javier Milei encontró, en la absoluta heterodoxia política, el tono que armonizaba con el desencanto convertido en bronca y se convierte en el medio de canalización de la frustración evitando, probablemente, un estallido tradicional.

Por estas razones, en una primera lectura me niego atribuir el triunfo a una opción ideológica o programática por parte de los votantes; antes bien es una respuesta de estos a dos tipos de ceguera: la del oficialismo tratando de ocultar con promesas y medidas coyunturales el agotamiento estructural de un modelo de gobierno, y la de una oposición que no ofreció un cambio suficientemente radical.

Merece destacarse la jugada maestra del expresidente Mauricio Macri, que al sumar sus fuerzas a las de Milei tras la primera vuelta, cambiaron el curso de la competencia. Hay que reconocer que las señales que dio durante las primeras etapas de este proceso, y por las que lo acusaban desde su propio campo, pavimentaron el camino hacia esta convergencia y permitieron que los votantes la vieran como natural y no las interpretaran como oportunismo. En Macri y muchos de sus seguidores, apoyar a Milei era una opción posible y aceptable.

Nota aparte merecen las nuevas oposiciones. Por primera vez gobernará la Argentina una fuerza política en la que no se encuentran presentes ni el Justicialismo (peronismo) ni la Unión Cívica Radical, partidos que siguen teniendo una representación importante en el Congreso; veremos como unos y otros digieren haber quedado en el camino de las preferencias populares y se hacen cargo de lo que les corresponde de la situación actual y, desde esa autocritica, encarnan sendas maneras de ser oposición después de haber competido entre si en todo este periodo democrático.


Abogado, analista político y electoral.




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