Hoy es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres, fecha clave que marca el inicio de 16 días de activismo, mismos que se convierten en 16 oportunidades para generar acciones desde todos los ámbitos para prevenir y atender la violencia de género, tema del que México no está exento y es necesario hacer visibles las graves consecuencias que este problema social tiene para el desarrollo y el bienestar social.

Eliminar todas las formas de violencia hacia las mujeres y las niñas es un imperativo ético colectivo donde la sociedad, en su sentido más amplio debe reconocer que somos factor de cambio y nada de esto nos puede ser ajeno.

La violencia desde las últimas décadas ha dejado de ser un asunto que se trata solo en lo privado gracias al trabajo de las organizaciones de mujeres y feministas, y partiendo de esta articulación de visiones y esfuerzos es que el tema ha cobrado mayor relevancia para llegar a las políticas públicas, desde donde trabajamos para su erradicación.

Al ser un problema de índole multifactorial, la violencia de género afecta a quienes la viven en primera persona, pero deja una onda expansiva generacional que afecta a las familias, hijas e hijos, los trabajos, las empresas, las comunidades y en general a todo contacto o ambiente donde nos desempeñemos. En este proceso todas y todos perdemos.

Estos factores toman una dimensión mayor cuando vemos que las mujeres durante prácticamente todo su ciclo de vida viven distintos tipos de violencia, de manera sostenida e incluso progresiva que agravan la falta de oportunidades para tener los requerimientos básicos para una vida libre de violencia. Los siguientes datos nos dan una pincelada de esa realidad.

Cada día se cometen en promedio 10 feminicidios en nuestro país; se estima que, en 2018, más de 700 mil mujeres fueron víctimas de delitos sexuales (hostigamiento, manoseo, exhibicionismo, intento de violación) y más de 40 mil fueron víctimas de violación sexual, todo ello sin tomar en cuenta el subregistro de cifras ni los datos disponibles de la violencia diaria y cotidiana a la que mujeres y niñas están expuestas en todos los espacios.

La pacificación del país requiere erradicar la violencia contra la mitad de su población. Es tiempo de que las mujeres transitemos de la violencia a la paz, y que seamos colocadas en el centro de la política pública en su sentido más amplio para atender las desigualdades estructurales, en particular de quienes viven la discriminación múltiple, como son las mujeres indígenas, lesbianas, trans, mujeres con discapacidad.

Tenemos que devolver a las mujeres y sus organizaciones mínimamente lo que han aportado al mundo con sus saberes y destrezas, reconocer que han sido las mujeres quienes siempre han estado en todos los procesos de transformación del mundo, quienes han levantado la voz, y han estado siempre activas y presentes para enfrentar los problemas de sus comunidades solas u organizadas.

Son las mujeres quienes han trastocado la lógica de la guerra y la violencia, convirtiéndose en las protagonistas necesarias para lograr la paz: son principalmente quienes buscan a las personas desaparecidas, las que defienden nuestros recursos naturales, las que se hacen cargo de los menores huérfanos a causa de feminicidios, quienes defienden los derechos de otras mujeres y quienes no paran de clamar la justicia social y de género.

Y ¿cómo construimos un México sin violencia? La respuesta es actuar. En meses pasados tuve la fortuna de encabezar un recorrido por todo el país donde de viva voz escuché a casi 5 mil mujeres que pidieron políticas públicas e inversiones para crear oportunidades de trabajo formal y bien remunerado; apoyo de calidad para las personas dependientes, servicios de salud cercanos y asequibles, acabar con la violencia intrafamiliar y la que sucede constantemente en las calles y el transporte público; paz y seguridad para ellas y sus familias en sus comunidades.

El pasado 21 de noviembre, el presidente Andrés Manuel López Obrador firmó el “Acuerdo Nacional por la Igualdad entre Mujeres y Hombres”, mismo que abre una magnífica oportunidad para avanzar por los derechos de las mujeres. Y es a partir de ese compromiso que tenemos que reivindicar a las políticas públicas para demostrar que es posible una verdadera transformación a la vida las mujeres, sumando a otros actores como la iniciativa privada, el trabajo directo desde las comunidades y el asumirnos desde lo individual como pieza clave, sin dejar de lado la importancia que tiene la resignificación de la masculinidad para acabar con la violencia.

Es impostergable reconocer que históricamente las mujeres han sido constructoras de algo que no tienen: paz. Por ello, la acción debe ser ahora y de todas y todos.

Presidenta del Instituto Nacional de las Mujeres

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