Iba a haber fiesta nacional en Papúa Nueva Guinea. Se había declarado día feriado por la visita del presidente estadounidense. Pero más importante, Biden iba a firmar durante esa visita, pactos estratégicos de seguridad con Papúa Nueva Guinea y también con los Estados Federados de Micronesia. Luego, Biden tenía previsto reunirse con los líderes del Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (Quad), que incluye a Estados Unidos, Japón, India y Australia, en Sídney. Sin embargo, el presidente estadounidense tuvo que recortar su gira para atender las negociaciones con el Congreso sobre el techo de endeudamiento de su país. Estamos a pocos días de que, si esas negociaciones fracasan, Washington incumpla sus pagos con repercusiones financieras y económicas globales. Los pactos de seguridad se firmarán de todas formas en otro momento, y la reunión del Quad ocurre en los márgenes de la cumbre del G7 a la cual Biden sí acudió. Pero la sensación de ausencia queda ahí en el ambiente, muy similar al 2013 cuando Obama había tenido también que cancelar un viaje a Asia por problemas similares. Hay al menos tres ángulos desde los cuales se puede analizar este tema. El primero es ese, la geopolítica en Asia; el segundo es el del techo de la deuda y la política interna en EU; el tercero es mucho más hondo y lo conecta todo: el debate sobre si estamos o no ante el declive relativo de Estados Unidos, una añeja discusión que hoy reemerge con fuerza.

Se trata de tres factores altamente interconectados. Uno de ellos tiene que ver no con la fiesta nacional en Papúa Nueva Guinea, sino con la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China por espacios de influencia en el Pacífico, y la sensación que deja el hecho de que, por factores de política interna, Washington es incapaz de hacerse presente en este tan importante momento. Otro de ellos tiene que ver precisamente con lo que parece ser la incapacidad de los actores políticos en EU de acordar reglas mínimas con el fin de detener una crisis autoproducida con potenciales daños para ambos partidos y para toda su población. El tercero, sin embargo, necesita pensarse más a fondo pues si lo vemos con detenimiento, el escenario “positivo” sería que al gobierno estadounidense se le autorice endeudarse más, lo que se repite cada tantos meses o años, y que finalmente resulta en una superpotencia que no solo tiene la mayor deuda (en términos absolutos) de la historia, sino que es incapaz de detener el crecimiento de esa deuda.

Hay que comprender que Estados Unidos opera con un presupuesto altamente deficitario, lo que está teniendo implicaciones ya no para el largo sino para el mediano e incluso para el corto plazo. Es decir, la superpotencia es una máquina generadora de deuda; hace ya bastante tiempo que los recursos no le alcanzan para mantener a flote, todas al mismo tiempo, sus muy diferentes aventuras y agendas geopolíticas. Esto no significa que Washington no pueda tomar decisiones como incrementar su gasto militar, reactivar la carrera tecnológica y armamentista (como ahora mismo ocurre) o amenazar con atacar países como Corea del Norte o Irán. Tampoco significa que un presidente estadounidense no pueda tomar la decisión de reducir drásticamente los impuestos como lo hizo Trump, o aumentar el gasto social como Biden. Pero lo que sí significa es que todas esas decisiones tienen un costo demasiado elevado que alguien, en algún punto, va a tener que pagar con todo e intereses. Cuando la superpotencia ya está generando la deuda más alta en toda la historia, cada medida que no contribuye a reducir esa deuda, y que en cambio la incrementa, eventualmente termina por restringir su poder estructural, y, por tanto, su capacidad para influir sobre eventos y acciones en distintas partes del globo.

La Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) proyecta que los pagos de intereses de la superpotencia totalizarán 663 mil millones de dólares en el año fiscal 2023—lo que representa un récord histórico—y aumentarán rápidamente durante la próxima década, pasando de 745 mil millones en 2024 a 1.4 billones de dólares en 2033. Esto es, solo en intereses, más del producto total que generan países como México. Los datos indican que en poco tiempo Washington estará gastando más en el pago de sus intereses que en su presupuesto militar.

Este fue el panorama que, entre otras cosas, hizo a Obama reevaluar la posición estadounidense en el mundo. Esta no es la primera ocasión que algo similar ocurre en la historia. Vale la pena releer a Paul Kennedy y su “Auge y Caída de las Grandes Potencias”. Cuando los recursos empiezan a ser limitados, una potencia tiene que decidir hacia donde—y hacia donde no—destina lo que hay. Así, la Doctrina Obama consistió en recortar el número de terrenos internacionales en los que Washington estaba interviniendo, priorizar aquellos sitios en donde la superpotencia debía participar de manera directa y, en cambio, permitir que fuesen sus aliados locales y regionales quienes operaran en aquellos sitios en los que EU prefería no operar salvo de manera limitada. Esto fue muchas veces interpretado como signos de debilidad personal o como deseos “pacifistas” de aquel presidente. La realidad es que había que absorber una crisis económica de dimensiones históricas (2008), lo que inescapablemente iba a hacer crecer a un ya insostenible déficit, y, por tanto, era indispensable definir en qué se podía invertir y en qué no. Estas decisiones no estuvieron libres de oposición o de consecuencias. Por ejemplo, presionado por las finanzas, Obama eligió calendarios de retiro de Irak y de Afganistán más veloces que los que el Pentágono recomendaba. Y en efecto, estos repliegues terminaron por provocar vacíos que fueron aprovechados por actores locales y que resultaron en la recuperación de los talibanes en Afganistán, o el resurgimiento de un ISIS renovado en Irak.

A veces parecía que Trump pensaba muy distinto que Obama. Sin embargo, por razones diferentes (relacionadas con su “America First”), ese presidente llegaba a conclusiones similares. Para él, Estados Unidos no tenía nada que hacer peleando las guerras de otros, ni tenía por qué derrocar gobiernos o defender a terceros si Washington no extraía de ello réditos claros. Trump consideraba que EU invierte demasiados recursos en estas misiones siendo que sus ganancias por hacerlo son a veces nulas. Para él, por poner un caso, la suspensión de ejercicios militares conjuntos en Corea del Sur tenía que ver no tanto con la paz coreana, sino esencialmente con el costo de esos ejercicios y con lo mucho que se podría “ahorrar a los pagadores de impuestos” de su país. La cuestión, no obstante, es que el déficit siguió haciendo a la deuda crecer sin parar, mucho más cuando su reforma impositiva, muy popular y eficaz en el corto plazo, contribuyó a ir secando las arcas del tesoro.

De su parte, podemos afirmar que tanto Moscú como Beijing percibieron desde hace tiempo ese potencial declive relativo de Estados Unidos (algo que fue expresado varias veces por funcionarios y líderes de ambos países), declive que se manifestaba en su incapacidad y/o indisposición para hacer prevalecer su liderazgo e influencia en todas las esferas que anteriormente ocupaba. Esto abarcaba desde espacios geográficos (evidente en temas como, por ejemplo, el repliegue de fuerzas estadounidenses de zonas específicas como Afganistán, o la falta de determinación de Washington para retar a Rusia la década pasada ante el sitio que ésta se fue ganando en Medio Oriente, o bien, su ineficacia para contener la expansión china en sus mares colindantes), hasta otro tipo de esferas como lo es la económica o la tecnológica.

Esto no es algo desconocido en Washington; el entonces jefe del Estado Mayor Conjunto (el oficial militar de mayor rango de las Fuerzas Armadas de EU), el General Joseph Dunford, declaraba en 2018 que Washington sería superada en ese tipo de rubros si no destinaba cantidades millonarias a investigación y desarrollo.

Pero la realidad es que a la superpotencia no le sobran los recursos en estos tiempos en los que tiene que lidiar con la deuda más grande de toda su historia—con todo y sus no pocos intereses—y en los que se sigue debatiendo el tamaño del déficit fiscal con el que se debe operar. En palabras simples, Estados Unidos no tiene hoy ya la capacidad de estar en todas partes al mismo tiempo, cubriendo todas las áreas que requeriría para sostenerse como la máxima potencia del globo, y, además, mantener la vanguardia tecnológica que mantuvo durante las últimas décadas. Estos factores tienden a provocar vacíos que activan la competencia y en última instancia, el conflicto.

De eso se trata, en el fondo, el recorte de la gira de Biden por Asia.

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