Desde el primer contacto me impresionó la eficacia, la calidad y el buen trato de quienes trabajan para el Hospital de la Ceguera. No fui por gusto (¿quién va por gusto a una sala de emergencias médicas?) pero comprendí que había llegado al mejor lugar posible de la especialidad en la CDMX y, probablemente, del país. Conozco el sesgo de opinión que se genera a favor de un hospital, un médico o un tratamiento, cada vez que alguien ve resuelto su padecimiento. Pero en este caso hay una coincidencia abrumadora: la Asociación para Evitar la Ceguera en México (APEC) está haciendo muy bien su trabajo.

En medio de la crisis que está sorteando el sector salud en México, la experiencia de ese hospital es todavía más luminosa: no sólo reúne a varios de los mejores médicos y funge como escuela de la siguiente generación de especialistas que ya se preparan en sus consultorios, sino que ayuda a subsanar con éxito las carencias de atención que hay en esa materia en los hospitales públicos, gracias a su vocación de ayuda a las personas de menores recursos. Lo hace así porque la Asociación que lo sostiene es una institución de asistencia privada (IAP) que, en circunstancias como las que está viviendo México, podrían potenciarse como una opción inteligente para ir saliendo de la trampa de atención médica de calidad y abasto oportuno de medicamentos en la que estamos metidos por el creciente conflicto, imposible de resolver en términos de pura crematística (de dinero, pues), entre los particulares y el gobierno.

De hecho, la existencia de esa alternativa de cooperación nos recuerda que no todo lo público es gubernamental y que, del otro lado, no solo hay empresas y empresarios tratando de sacar provecho de cada necesidad. No todo es gasto público ni todo debe ser negocio: hay otras formas de afrontar problemas públicos que nos afectan colectivamente, que eventualmente podrían abrir la puerta a una nueva etapa de cooperación entre el gobierno y los particulares para ensanchar la calidad y la amplitud de la educación, la salud, el bienestar comunitario, la comunicación, entre otras muchas áreas. La reproducción de hospitales como los de APEC no es imposible ni tampoco lo es que ese modelo, adaptado a cada tema, sirva también para afirmar otros derechos que ya están contemplados en la ley y que no pueden ser garantizados por la vía tradicional de las soluciones burocráticas ni deben ser tratados, tampoco, como oportunidades lucrativas.

La ley de Instituciones de Asistencia Privada define esa labor como el “conjunto de acciones dirigidas a incrementar las capacidades físicas, mentales, patrimoniales y sociales de los individuos, familias o grupos de población vulnerables o en situación de riesgo, por su condición de desventaja, abandono o disfunción física, mental, patrimonial, jurídica o social y que no cuentan con las condiciones necesarias para valerse por sí mismas y ejercer sus derechos, con el objetivo de lograr su incorporación a una vida familiar, laboral y social plena”. Una definición legal que aúna la solidaridad social con la responsabilidad pública, para honrar desde el Estado todos los derechos, sin renunciar a ninguna posibilidad de hacerlo.

No son espacios para que los ricos les otorguen las sobras a los pobres, ni casas de beneficencia destinadas a lavar la conciencia de los poderosos. Son puntos de encuentro entre necesidades y soluciones disponibles, como sucede en el magnífico Hospital de la Ceguera, donde cualquier persona puede encontrar la mejor atención médica posible con o sin dinero y más allá de cualquier otra condición social. Tengo la mayor gratitud por la APEC, pues su cercanía me abrió los ojos en todos los sentidos, de manera literal y como ejemplo de lo mucho y bueno que podemos hacer con el espacio público: el que nos pertenece a todos.

Investigador del CIDE

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