Con toda sinceridad, estoy harto de las campañas políticas. Me agobia el inagotable caudal de odio y rencor que están emanando, sin tregua. Es mentira que hayan sido campañas de propuestas, que hayan sido un tiempo de reflexión sobre los problemas que está viviendo el país y sobre las soluciones factibles que habría en el futuro. No han estado diseñadas de buena fe para ganar voluntades, sino para envenenarlas. Las campañas que estamos viviendo son tóxicas y están enfermando al país.

Soy politólogo de formación y comprendo que en todas las contiendas electorales hay una zona oscura y que ninguna competencia por la representación carece de campañas negativas (o incluso sucias) para desprestigiar a los adversarios. Pero también son mucho más que eso: buscan despertar emociones, crear esperanza, imaginar el futuro, construir escenarios posibles y afrontar el dolor compartido. Nadie se presenta sin compararse con las demás opciones políticas, pero no a partir del denuesto, la denuncia constante, la acusación fabricada. El mensaje que se ha impuesto durante estos meses es ominoso: no votes por los contrarios, porque son malos, corruptos, narcos, rateros. Si votas por mí —dicen las tres banderías— acabaremos con ellos.

¿De veras? ¿De eso se trata esta elección? ¿Nos están diciendo que quien gane el poder lo hará para destruir definitivamente a sus contrapartes? Si se estudia con cuidado lo que han venido diciendo no hay otro trasfondo. Es el estribillo de Morena, inoculado todos los días por el presidente López Obrador y anunciado como la clave de la transformación que dicen encabezar: borrar del mapa a quienes consideran conservadores, neoporfiristas, neoliberales, traidores a la patria, etcétera, porque no convalidan lo que hace y lo que se propone. Aspiran a ganar todas las elecciones, todos los cargos y todo el poder para poner en marcha el Plan C cuyo contenido sería solo el principio de la ofensiva definitiva. No hay matices, ni medias tintas: así lo dice el jefe del Estado constantemente. Ganar todo, para destruir a sus adversarios.

Para desgracia nuestra, del otro lado están diciendo casi lo mismo. Nos invitan a votar por su candidata a la Presidencia —y por quienes la acompañan en el resto de las candidaturas— para sacar del poder y de todos los espacios públicos a los seguidores del presidente. Esta vez no dudan de que López Obrador es un peligro para México y si se han reunido a pesar de sus diferencias y de sus trayectorias ajenas, es porque se niegan a concederles siquiera un milímetro de autoridad. El proyecto del frente de oposición no es más generoso que el del partido oficial: quieren ganar para borrar del mapa a Morena.

De su parte, el candidato de MC se ha definido a sí mismo en términos similares: su objetivo explícito es desbancar a la coalición del segundo lugar, asumiendo (quizás) que de esa manera podrá hacerse del llamado voto útil. Pero su discurso no deja lugar a dudas: el poder que obtenga en las elecciones será usado tanto como le sea posible para desaparecer cualquier influencia política que conserven el PRI o el PAN, a quienes ha definido ya como sus enemigos irreconciliables. Y como dicen los pragmáticos que hoy ostentan el poder público: el enemigo de mis enemigos es mi amigo. Tomada esa decisión, Máynez renunció a ser la tercera opción entre polos opuestos. Ni lo entiendo ni lo sigo: para hacer pedazos al PRIAN, ¿qué sentido tendría votar por el segundo lugar?

Me han dicho que no pasará nada. Que al día siguiente de los comicios volverán los acuerdos y el diálogo. Que las campañas están llenas de fuegos fatuos y balandronadas, pero luego las aguas bravas volverán a sus cauces. Lo dudo. Lo que veo venir es un semestre espantoso, porque ya nadie se puede rendir.

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