Decía Bertrand Russell, prestigiado pensador inglés, que de todas las actividades humanas la política era la menos digna. Quizás no la faltaba razón. Difícil encontrar episodios en la historia donde la preminencia de la política haya resultado en un buen gobierno. Cuando para quien está en el poder la principal motivación es mantenerlo y acrecentarlo, el buen gobierno se convierte en tema secundario y quienes más pierden son los ciudadanos.

El actual gobierno federal mexicano es un claro ejemplo de un régimen que llegó al poder con la clara intención de mantenerlo, sin voluntad ni capacidad de gobierno. Pero no todo el mérito de la devaluación de las tareas de gobierno en México corresponde a la 4T. En los mejores tiempos del PRI la política servía al gobierno. El exceso en la concentración del poder llevó a invertir la ecuación – más política y menos gobierno - y esto le significo al PRI la pérdida de la presidencia en el año 2000.

La alternancia en el poder se debió, en buen medida, a los mexicanos que votaron por la renovación democrática. Sin embargo, el nuevo grupo en el poder, por inexperiencia o por torpeza, no supo aprovechar el bono democrático. Se quedaron en las buenas intenciones. Al final los viejos vicios de la política mexicana prevalecieron sobre las virtudes de la renovación. La nueva opción no funcionó y los votantes decidieron votar de nuevo por el viejo régimen. El PRI volvió al poder. Muchos hubiéramos esperado, que con experiencia de gobierno y espíritu de cambio.

La frustración con el nuevo-viejo PRI fue mayor que con sus predecesores. Detrás de la simulación de institucionalidad democrática se encontraba un gobierno excluyente, corrupto y con poco ánimo de renovación política y social. Nuevo fracaso de los votantes. El gran ganador de este deterioro fue el populismo, encarnado en López Obrador, el eterno aspirante a la presidencia de la república.

López Obrador llegó al poder con enorme experiencia política y mediocre trayectoria como gobernante. Su fuerza y legitimidad surgieron del deterioro y la mala imagen de los gobiernos anteriores, del PRI y del PAN, que él supo empaquetar muy bien en un convincente discurso para las mayorías. Un presidente con enorme capacidad para comunicar, pero muy mediocre para gobernar.

Como ninguno de sus predecesores el actual presidente se ha ocupado no del gobierno, sino de la política. Sus acciones están siempre encaminadas a mantener el número suficiente de adeptos y simpatizantes para conservar su poder político a través de las urnas. Los regímenes totalitarios lo hacen a través de la imposición de la fuerza. Los camaleones de la democracia, mediante la cooptación de las instituciones y la apropiación del presupuesto para fines políticos.

Sin embargo, culpar únicamente al actual presidente y a su pléyade de funcionarios del actual deterioro gubernamental, sería injusto y poco preciso. Detrás de todo este desbarajuste se encuentra la manera de hacer política de los mexicanos. Todos los partidos políticos son corresponsables del actual fracaso de las instituciones de gobierno. No deja de llamar la atención que no obstante la pandemia, la crisis económica y la supuesta austeridad franciscana del ejecutivo, desde hace más de una década el único rubro del presupuesto federal en el que no se registra disminución alguna es en las asignaciones económicas a los partidos políticos. Y el país y la política funcionan peor que nunca.

Mucho se ha dicho que el financiamiento multimillonario a los partidos políticos en México obedece a la intención de un blindaje; esto es, evitar que recursos de actores particulares, sobre todo de la delincuencia organizada, controlen la política mexicana. De poco parecen haber servido estas disposiciones; a pesar de las restricciones que plantean, la presencia del crimen organizado en la política mexicana es contundente y muy preocupante.

La oposición, a pesar de su desarticulación y sus disfunciones, ha logrado detener en el Congreso muchas de las iniciativas del actual gobierno a efecto de otorgarle legalidad a su desmedidos deseos de concentración de poder, en particular en el manejo de los recursos. Esto es bueno, pero no suficiente. Retomar la senda del buen gobierno será sin duda el mayor reto para la próxima generación, de políticos y de gobernantes. La actual parece haber perdido la brújula, sin esperanza de reencontrarla.

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