La pérdida de un amigo siempre es motivo de tristeza y desazón, pero es también motivo de reflexión, de rescate de recuerdos de buenos momentos y de experiencias compartidas. Nos conocimos desde niños y a lo largo de la vida compartimos retos y vivencias y en retrospectiva reconozco en Jesús las cuatro grandes virtudes del servidor público profesional: espíritu de servicio, profesionalismo, actuación institucional y honestidad.

El espíritu de servicio debe ir acompañado por el gusto y el interés por el quehacer público, esto es, por el quehacer de las instituciones del Estado. Las profesiones de médico o de maestro requieren vocación de servicio; sin embargo, son profesiones que se pueden ejercer desde el sector público o desde el sector privado. Quien trabaja en una organización social lo hace usualmente por su interés en trabajar por la comunidad. Lo que marca la diferencia es el lugar desde donde se sirve a la comunidad: el Estado, el sector privado o el sector social.

Profesionalismo es la segunda virtud que debe privar entre quienes sirven en el Estado. En las democracias más evolucionadas quienes sirven en las instituciones públicas, en todos los niveles, son profesionales en sus respectivos campos, que se formaron y tienen experiencia en las tareas asignadas. En los relevos de gobierno cambian los altos mandos pero el resto suelen conservar sus cargos, ascender o moverse a instituciones afines. Son quienes conocen a fondo y saben manejar las instituciones. Entre más altos son el profesionalismo y la experiencia de los servidores públicos, mayor la calidad de los servicios que ofrece el Estado, y viceversa.

Desafortunadamente, para muchos políticos de todos los niveles, el Estado y los gobiernos son agencias de colocación de empleo y quienes llegan con ellos no son los más calificados sino quienes los apoyaron en sus campaña; su lealtad y compromiso es con el jefe y no con la comunidad a la que suponen servir.

La tercera virtud del servidor público es la institucionalidad. Toda institución del Estado tiene una razón de ser, con objetivos y reglas claras, que se encuentran en leyes y reglamentos. Es obligación de todo servidor público actuar de acuerdo con este estamento jurídico. Incluso cuando las leyes resulten obsoletas o disfuncionales para casos específicos, no corresponde al funcionario modificarlas, incluso cuando las disposiciones contravienen sus planes o sus convicciones.  La solidez de las instituciones, factor clave para su eficiencia, depende en buena medida del respeto al principio del institucionalidad.

La cuarta virtud del servidor público es la honestidad. La honestidad en el sector público significa utilizar los recursos públicos exclusivamente para los fines asignados y no aprovechar las posiciones de gobierno para hacer negocios u obtener otros beneficios personales para sí mismo o para familiares o amigos.

La solidez, fortaleza y eficiencia de las instituciones de cualquier Estado está en función del porcentaje de sus funcionarios y operadores que cumplen con estas características. En países como China su burocracia se ha construido a partir de preceptos del siglo VI A.C. cuando Confucio, uno de sus grandes pensadores, habló de las virtudes que debe tener el servidor público. Construir una cultura institucional no se hace de la noche a la mañana.

En más de treinta años de servicio público tuve la suerte y el privilegio de trabajar y aprender de servidores públicos que cumplían con estos requisitos y que además tenían la virtud de saber escuchar y de tratar con respeto a colegas y colaboradores. Me enorgullece ser parte de una generación de servidores públicos que sin pretensiones ni protagonismos hicimos todo en nuestro alcance por un México mejor. Espero, querido amigo, que la semilla que sembraste vuelva a florecer muy pronto en nuestro país.

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