Uno de los misterios de la ciencia política son los umbrales de desempeño de un gobierno. No todas las sociedades tienen los mismos criterios para evaluar las prácticas de una administración en un momento determinado, ni utilizan los mismos indicadores para determinar si un gobierno es exitoso. En países europeos, por ejemplo, sería intolerable que los gobiernos no regularan la competencia de conducción de vehículos; en México los gobiernos son incapaces de certificar si alguien sabe manejar o no. En casi todos los países asiáticos, por citar otro caso, las condiciones de la infraestructura urbana, empezando por las banquetas y terminando por el estado de las calzadas que pueden verse en las ciudades mexicanas, implicaría que los alcaldes fuesen reprobados.

Los niveles de impunidad por encima del 90% que imperan en México serían insoportables para cualquier otro país y el último dato de la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana (http://bit.ly/2G1Z3CV) vuelve a reflejar que 73% de los mexicanos viven inseguros en su entorno más inmediato y en el caso de las mujeres ese porcentaje sube a 77%. En otras palabras, ser mujer en este país equivale a vivir con miedo. Sin embargo, buena parte de la discusión pública rara vez se ubica en determinar un parámetro de desempeño objetivo, alejado de la valoración política de cada uno de los gobiernos. Más allá de las simpatías políticas de cada cual, todo gobierno tiene la obligación ética de subir los parámetros de su propio desempeño como un efecto civilizador. Los servicios públicos deben mejorar año con año y no ser solamente un botín político para desarrollar clientelas o capturar rentas.

El gran éxito del modelo asiático es que, a diferencia de lo que ocurre en América Latina, en aquella parte del mundo los estados funcionan y proveen servicios de creciente calidad. Dos países socialistas como Vietnam y Cuba pueden esclarecer cómo la calidad del gobierno se ve en su infraestructura, en sus calles, en sus parques y en sus edificios públicos. Vietnam, con sus limitaciones, es un país cuidado, en Cuba la pobreza y el deterioro se ven por todas partes. Lo mismo ocurre con países de la órbita capitalista donde la enorme diferencia es que el desempeño del gobierno mejora colectivamente la vida de los ciudadanos a través de los servicios públicos.

No me hago ilusiones, pero el debate sobre el sistema de salud debería conducirse hacia esa perspectiva. La discusión ideológica debe dar paso a una medición objetiva del dinero que gastamos en salud y el umbral de desempeño que el gobierno se compromete a tener. Plantearse las cosas en clave de heroísmo tipo: “Lo vamos a lograr porque no le podemos fallar a la gente” parece el propósito de un personaje de una canción de Chava Flores. No me resulta tampoco tranquilizador que se registre en clave épica la problemática y se hable de utopías. No es ninguna utopía, es el largo y sinuoso camino de mejorar la recaudación y profesionalizar los servicios públicos. La racionalidad como principio de la decisión pública y no la arenga política. Los gobiernos de occidente han conseguido dos cosas que todavía veo ausentes en México: recursos fiscales suficientes y una burocracia profesional con parámetros para cambiar la vida de sus poblaciones. Hay distorsiones enormes y riesgos morales derivados de la gratuidad universal que se deben estudiar al confeccionar la política pública, pero, en términos más amplios, el desempeño de un gobierno no depende tanto de discursos movilizadores cuánto del desarrollo de capacidades. A trabajar.


Analista político.
@leonardocurzio

Google News

TEMAS RELACIONADOS