A María Amparo Casar

La máquina del fango es una expresión de Umberto Eco, que ha vuelto a ganar tracción por la famosa carta que Pedro Sánchez, el presidente del gobierno español, escribió antes de ir a meditar, como un moderno Marco Aurelio, sobre si merecía la pena seguir ejerciendo el poder considerando la embestida política de la oposición y la crítica de algunos medios contra su gobierno. Como es natural, nadie creyó que un político que ha usado todos los recursos para acceder y conservar el poder, incluidas maniobras de acoso y derribo de un gobierno, se asustara por tan poca cosa. Su primer saludo en el escenario fue con moción de censura en 2018 y ha pactado acuerdos dudosamente constitucionales para formar gobierno, después de que el PP fuese el partido más votado el año pasado. Nada que reprocharle, todos son recursos constitucionales, pero sí contrasta que se dé baños de pureza, como si fuese un cartujo recién salido de su monasterio, y se horrorizara por una comunicación política que, en tiempos de las redes sociales y los medios digitales, mancha prestigios al divulgar información verosímil, pero no siempre fundamentada, que descalifica a los rivales políticos.

Supongo que la disputa por el poder, igual que en las justas de boxeo, se puede hacer lo que sea si el árbitro no lo ve; hay demasiado en juego. Pero siempre hay una frontera a partir de la cual, incluso en una contienda descarnada, es ruin cruzar. Usualmente se preserva la vida personal y se deja a las familias fuera de la misma. Pero en los tiempos que corren, la máquina del fango intenta dos objetivos muy distantes de la política clásica:

1) Desmovilizar asimétricamente a la oposición de tal manera que sólo las filas del gobierno y el oficialismo estén bien aceitadas. Cuando se consigue que, por miedo de que se vayan a meter contigo o te manden alguna auditoría o un cadenazo en la mañanera, se prefiere guardar silencio, aunque se atente contra el poder judicial de manera cotidiana y se utilicen recursos indebidos para incidir en el proceso electoral, mejor callarse o jugar al tonto útil diciendo que otros gobiernos también lo hacían. Un gobierno democrático debe aguantar la crítica y avanzar constructivamente en hacer más creíble su relato. Los gobiernos no se enojan, gobiernan.

2) Desacreditar a los críticos por cuestiones personales y usar el poder de forma inicua para completar una venganza.

¿Puede a eso llamarse humanismo?

El asunto empeora cuando la maquinaria del fango se activa desde el gobierno que debería no sólo garantizar los bienes públicos, sino la moderación y la decencia. El presidente, como encarnación de la unidad nacional, tiene funciones arbitrales para llamar a la moderación cuando el ánimo se está calentando. En los últimos tiempos hemos visto cómo el poder puede humillar a una víctima, a una madre buscadora a la que si cometió un error se le pudo haber informado de manera sobria que su versión no correspondía con la verdad. Si tenían dudas sobre la pensión de la viuda de un trabajador de Pemex, pudieron proceder con discreción y aclarar el asunto y en cambio prefirieron exhibir públicamente un asunto que tiene dos décadas, abriendo al escrutinio público la causa de la muerte. Sólo de imaginar que un seguro privado, después de 20 años, revisara el pago de un seguro de vida porque supone que no estaba amparada una causal de muerte, nos parecería digno de un cernícalo.

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